El estado de putrefacción en que se encuentra la política española, carcomida por el gusano goebbeliano del interés mediático, se manifiesta de vez en cuando a través de alguna pústula que pasa inadvertida para la buena gente de este gran país, ocupada en llegar a fin de mes y pagar los impuestos que mantienen el circo, las fieras y los payasos.

Una de estas muestras -y no menor- han sido las votaciones para la elección de la Mesa del Congreso de los Diputados. Los votos a la presidencia, que respaldaron la candidatura de Ana Pastor, fueron exactamente 169. Los que correspondían a los diputados de los grupos parlamentarios del PP (137) y ciudadanos (32). Pero cuando llegó el turno de la votación a las candidaturas para las vicepresidencias de la Mesa, se registraron diez votos más de los previstos: es decir, 179. Diez diputados que ni eran de Rajoy ni de Rivera se inclinaron por votar a favor.

El voto para la Mesa es secreto. Una anomalía que tal vez pretende facilitar que se consigan acuerdos sin que nadie tenga que retratarse de forma pública ante los ciudadanos. No es el caso de la votación al presidente del Gobierno, que es pública y por llamamiento. Es otra muestra de los mecanismos que facilitan la endogamia política. Pero en este caso ha permitido todo tipo de especulaciones.

Tanto el PSOE como Podemos se han apresurado a identificar esos diez votos como pertenecientes a diputados vascos, catalanes y canario, del PNV, de Convergencia y de Coalición, alegando que se trata de la cristalización de "acuerdos secretos" entre estos nacionalistas y los populares. Pero la suma de los diputados del PNC, Convergencia y CC son 14, con lo que o cuatro diputados se quedaron sin votar por despiste o lo hicieron adrede para que no coincidieran las cifras.

Claro que también cabe pensar otra cosa. Por ejemplo, que alguien con la suficiente astucia y mala leche tuviera la malevolencia de desviar diez votos de sus propios apoyos para que se votara al adversario, encasquetándoles el muerto a los nacionalistas para quemarles un poco ante la opinión pública e intoxicar en lo posible unas futuras negociaciones para la investidura.

Los diez votos eran perfectamente inútiles. Es decir, los candidatos de Ciudadanos y del PP tenían matemáticamente asegurados sus puestos en la Mesa. Quien decidió apoyar esas votaciones con diez votos más lo hizo perfectamente consciente de la futilidad parlamentaria del apoyo, pero plenamente seguro de que vendrían muy bien para desgastar a los nacionalistas por un supuesto apoyo a Mariano Rajoy.

Los diez votos secretos de la discordia tienen un valor extrínseco, mediático y ajeno al Parlamento. Fueron votos para la polémica, para el desgaste y para sembrar de minas el camino de un acuerdo para la investidura. Son votos que demuestran que se hace política no para los ciudadanos, sino para la propia política. El pueblo es un medio, los medios son solo propaganda y el fin son ellos. En más de un sentido.