La construcción autonómica en Canarias pivotó sobre un pacto entre lo nuevo y lo viejo, entre los poderosos y los débiles, entre los territorios más poblados y los menos. Fue una compleja red de acuerdos que probablemente sea irrepetible, hija del espíritu de acuerdo que presidía aquellos viejos tiempos. Cuarenta años de autonomía han servido para corregir gran parte de los desequilibrios entre las islas de Canarias y para hacer mejor la vida en general de todos los ciudadanos. Pero no han solucionado, ni mucho menos, la brecha de pobreza existente entre la vida en el archipiélago y la del resto del Estado.

El peso de la administración pública se asentó en las dos grandes capitales, Las Palmas y Santa Cruz, que se convirtieron en los dos centros de poder administrativo. Sedes de organismos e instituciones públicas (Parlamento, Delegación del Gobierno, Consejerías, Universidades, grandes centros hospitalarios...) se replicaron en espejo creando una administración innecesariamente duplicada para atemperar los miedos del pleito. Los años han ido puliendo este desatino, especializando las áreas del gobierno y suavizando las duplicidades, pero todavía se sigue pagando el costo de las duplicidades.

Coalición Canaria cuenta con escaso peso político en Gran Canaria. La militancia de CC cabe en un taxi y sobra espacio para Los Gofiones. El espacio político del nacionalismo lo ocupa Nueva Canarias. El nombre igual es una ironía. Porque no hay una Canarias más vieja que la del pleito. Y desde el minuto uno, el Cabildo de Gran Canaria, bajo el vigoroso liderazgo de Antonio Morales, ha dibujado todos los meandros de un discurso ranciamente insulareño. Un discurso que tiene múltiples efectos: incomoda cada vez más al Gobierno autonómico, acrecienta la popularidad de Morales en su isla y sitúa en un espacio cada vez más constreñido la proyección regional de Román Rodríguez.

Entender este archipiélago -o discutirlo- desde el "y tú más" no sólo es una muestra de decrepitud política, sino que debilita y agosta los esfuerzos ante su verdadero problema, que es el encaje en un Estado cada vez más desentendido de los problemas específicos de ultramar y más ciego con las necesidades de dos millones de ciudadanos que viven donde el diablo perdió el rabo. Pero la potencia de un discurso basado en la supuesta postergación de una isla es innegable. Es tentador. Pero cada paso que se avanza en esa dirección es un paso que debilita la construcción de un pacto nacionalista, que ya parecía bastante difícil por los antagonismos personales de los líderes de ambos proyectos y las diferencias ideológicas.

Para terminar de jeringarla, hay gente en Coalición que se siente muy cómoda con la estrategia aislacionista de Nueva Canarias. Porque cuanto más fuerte se vuelve su discurso insular, más se debilita su proyecto regional. Bajo el paraguas actual de Nueva Canarias sólo parece haber sitio para Gran Canaria. Es incómodo para el Gobierno. Es carne de titulares frecuentes. Vale. Pero a cambio es una trampa perfecta que condena al proyecto de Román Rodríguez a los límites de una isla frente a seis. Y cuanto más brilla Morales, más sombra tiene Román.