De todos es conocida la figura histórica del almirante Cuthbert Collingwood (1748-1810), segundo comandante de la escuadra británica en Trafalgar (1805) y gran amigo de Nelson, el vencedor de aquella dramática jornada. Pero pocos saben que el propio Collingwood se hizo eco de la derrota de su compañero en Santa Cruz de Tenerife, ocurrida pocos años antes.

En febrero de 1797 los dos amigos habían destacado en el combate del Cabo de San Vicente, cuando la escuadra del almirante Jervis había capturado cuatro navíos españoles en su ataque sorpresivo a la escuadra española, mandada por el teniente general José de Córdoba. Ambos recibieron la medalla de oro conmemorativa y Nelson ascendió a contralmirante. En abril de ese año, la escuadra de Jervis inició el bloqueo de Cádiz. Collingwood siguió al frente de su navío "Excellent" y Nelson tomó el mando del "Theseus", con el que emprendería la aventura de Tenerife en julio. Collingwood, que no había tomado parte en aquella expedición corsaria, se hace eco de su resultado desastroso en carta a su suegro, Edward Blackett, firmada en aguas de Cádiz el 31 de agosto de 1797 y que traduzco a continuación:

"... Entonces mi amigo Nelson, cuyo espíritu no varía en toda empresa que lleva a cabo y cuyos recursos son aptos para todas las ocasiones, fue enviado con tres navíos de línea y algunos otros buques a Tenerife, para atacarlo por sorpresa y capturarlo. Después de una serie de aventuras, trágicas y cómicas -como si tratase de una novela-, fueron obligados a abandonar la empresa.

Nelson recibió un disparo en el brazo derecho durante el desembarco, y tuvo que ser llevado a bordo. Él mismo gritó al barco ["Theseus"] y expresó su deseo de que el cirujano tuviese preparado sus instrumentos para amputarle el brazo; y una media hora después de la misma ya daba las órdenes necesarias para continuar la operación [de asalto a Santa Cruz] como si nada le hubiera pasado. Tres semanas más tarde, cuando se incorporó a nosotros, fue a bordo del navío del Almirante [Jervis] y creo actuó con una fuerte dosis de imprudencia.

El capitán Bowen fue muerto, así como el teniente Thorpe, cuya pérdida siento mucho: era un joven magnífico y prometía ser un oficial excelente. El capitán Troubridge, que mandó las tropas en tierra, tras muchas aventuras nocturnas, fue obligado a retirarse a un convento, sin munición, a excepción de las que tomaron a sus prisioneros; y desde allí conminó la rendición de la ciudadela [castillo de San Cristóbal] y amenazó con arruinar la población. En presencia de los monjes prepararon antorchas, bolas de fuego y todo el aparato necesario para el incendio; y aquellos, aterrorizados, corrieron al gobernador [comandante general Antonio Gutiérrez] rogándole diese a estos locos marinos ingleses lo que pidieran, para quitárselos de en medio. Siendo un hombre digno y sensible, lleno de admiración incluso ante la extravagancia de los marinos ingleses y temiendo quizás los efectos de su desesperación, [Gutiérrez] les hizo unas proposiciones [de capitulación] tan favorables que no pudieron rechazarlas.

Los españoles facilitaron lanchas para reembarcarlos y antes de su partida dieron a cada hombre una rebanada de pan y una pinta de vino, pues todas nuestras lanchas se habían hecho trizas durante el desembarco y las provisiones perdidas en el mar. Los capitanes Troubridge y Hood cenaron posteriormente con el gobernador y se despidieron como buenos amigos; pero nosotros perdimos 250 hombres entre muertos y heridos".

Es una carta jugosa que nos confirma los pormenores del fracaso de Nelson y sus capitanes. El flemático sentido del humor de Collingwood, un jefe discreto en comparación al liderazgo exuberante de su amigo, hace acto de presencia cuando describe la acción como una novela tragicómica, donde los mandos británicos cometen un error tras otro en su asalto a Santa Cruz. Lamenta las muertes del heroico capitán Richard Bowen y su joven teniente George Thorpe en el asalto al muelle, especialmente del último, que tenía una prometedora carrera por delante. Alaba el temple de Nelson, al someterse sin dudar un minuto a la terrible amputación de su brazo derecho y continuar al mando de la expedición media hora después.

Collingwood sigue la versión de sus compañeros de armas, que, en medio de la desesperación, están dispuestos a quemar el convento de Santo Domingo, donde se han refugiado, e incluso todo Santa Cruz. Afirma que los aterrorizados monjes influyeron en la decisión tomada por el general Antonio Gutiérrez de ofrecer una capitulación honorable a "estos locos ingleses". Su relato difiere nuevamente de las fuentes españolas, donde las bravatas del enemigo no hicieron mella en el general español, que, al final, les convenció de su situación insostenible, ofreciéndoles una salida digna. La iniciativa corresponde, pues, al bando isleño y no al invasor. Pero estas narraciones contradictorias forman parte del relato de muchas guerras.

Tiene palabras de elogio hacia Gutiérrez, dando pan y vino a la tropa británica que ha capitulado, facilitando su reembarque e invitando a cenar a sus capitanes, generando así un ambiente cordial. Pero esta actitud no exime a Collingwood de la sensación de fracaso, con 250 hombres entre muertos y heridos en Santa Cruz, en medio de una campaña naval tediosa y frustrante. Entre otras cosas, el bloqueo de Cádiz no está dando el resultado apetecido, pues la escuadra española no sale a la mar a presentar batalla.

Pero lo más interesante de esta carta es su crítica a Nelson, por su actitud ante el almirante Jervis a su llegada a Cádiz, en cuyo encuentro "creo actuó con una fuerte dosis de imprudencia" ("I think exerted himself to a degree of great imprudence", en el texto original). Por el tono de las cartas que escribió Nelson a Jervis en 27 de julio y 16 de agosto de ese año -ya publicadas-, se puede deducir que el estado emocional del héroe era muy depresivo, considerándose responsable directo de la muerte de aquellos oficiales, marineros e infantes. Y debió hacérselo saber a su jefe. Creo que Collingwood temía que le formasen un consejo de guerra. Pero, afortunadamente, Jervis fue sensible a la desgracia de su subordinado y no presentó cargo alguno por el desastre de Tenerife.