No era la primera vez que el calor causaba estragos en doña Monsi, así que cuando empezó a gritar que había visto un bicho raro en las escaleras, nadie se extrañó y aprovechamos la coyuntura para insistirle en que iba siendo hora de volver a sacar los ventiladores. Pero la presidenta se negó porque, según sus cuentas, solo nos queda remanente para pagar electricidad extra en agosto.

-Desagradecida, encima que lo hacemos por su bien -comentó María Victoria con cara de repugnancia como si doña Monsi fuera una sopa caliente, insípida y llena de fideos resbaladizos.

-A mí me da que el bicho al que se refiere es don Vito. Nadie le ha contado todavía que tenemos inquilino nuevo en el edificio, así que al verlo de lejos se confundiría -dedujo la Padilla.

La presidenta insistió en que nadie se iría a la cama si antes no atrapaban "aquella cosa". Para ir descartando posibilidades, Eisi le empezó a describir físicamente a don Vito, puesto que el hombre no es lo que se dice muy agraciado. Aun así, doña Monsi no reconoció en él al monstruo, como empezó a llamarlo cuando se hizo de noche.

-Bueno, pues al menos díganos cómo es eso que ha visto -le pidió Eisi, intentando no perder los nervios.

-Pequeño y redondito -explicó ella con la cara arrugada de asco.

-Eso puede ser una pelusa -señaló Úrsula, mirando a Carmela que no se dio por enterada.

-¿Era gris? -preguntó María Victoria.

-No. Parecía amarillo.

Carmela respiró tranquila.

-¡Quietos todos! Sellen puertas y ventanas -ordenó Eisi, al tiempo que sacaba su móvil del bolsillo.

-¿Vas a llamar a la policía? -preguntó María Victoria.

-Ni de coña. Este Pokémon es mío -dijo, tratando de localizar al monstruo de bolsillo en la pantalla de su teléfono con la mano derecha y, zarandeando a doña Monsi, con la mano izquierda para que le dijera en qué lugar exacto lo había visto.

-Y yo qué sé. Solo recuerdo que lo vi subiendo las escaleras cuando entré de la calle. Pero ¿lo van a coger o no? -insistió la presidenta.

-Vamos que si lo voy a coger. Al Pikachu este me lo como con papas -dijo Eisi, mientras subía las escaleras.

Pasadas las once de la noche, seguía sin haber rastro del monstruo. Doña Monsi se negó a dormir en el edificio y decidió quedarse en casa de una de las amigas con las que suele tomar ibuprofeno los jueves por la tarde. El resto, menos Eisi, nos fuimos a dormir tranquilos. El monstruo tenía toda la pinta de ser una pelusa o, en su defecto, don Vito.

A la mañana siguiente, Carmela no pudo acceder al edificio y llamó a la Padilla por teléfono.

-Que dice Carmela que no puede entrar porque hay una marabunta de gente agolpada en la puerta del edificio -nos explicó cuando coincidimos en el portal.

-¡Ni se les ocurra abrir esa puerta! -gritó Eisi, dando un salto de rana y apuntando con el móvil en todas las direcciones.

-Bueno, ya está bien de tanta tontería -dijo María Victoria, que no entendía el comportamiento extraño de su vecino.

Justo en el momento de mayor tensión, apareció don Vito. Estaba aterrado, como si le persiguiera el mismísimo diablo.

-Hay un bicho en el rellano de mi puerta -gritó y Eisi salió corriendo en su busca.

-¡Voy a por ti, maldito Pokémon!

Después de diez minutos, regresó con algo en brazos. La Padilla fue la primera en reconocer aquella bola de grasa sucia y maloliente.

-¡Cinco Jotas!

-Sí, el monstruo es su maldito cerdo -dijo Eisi, decepcionado.

Todos estábamos impactados. Después de más de un mes, Cinco Jotas regresaba a casa.

-¡Qué asco! -se revolvió don Vito.

-No se pase. ¿No ve que el pobre se ha escapado y ha venido caminando desde Vilaflor para volver a mi lado? -lo excusó la Padilla, limpiándole una capa amarillosa de roña, bastante gruesa.

Con la emoción, nos olvidamos de que la puerta del edificio estaba atestada de gente ansiosa por atrapar al supuesto Pokémon y María Victoria abrió sin darse cuenta. En ese instante, más de medio centenar de personas entraron a tropel en el portal, apuntando con las cámaras de sus móviles a Cinco Jotas y al grito unánime de "¡Capturado!".