Milito en esa gran mayoría apátrida que está más cerca del almendro que de las Navas de Tolosa. Pero me siento más próximo a un andaluz que a un escandinavo. Y en todo caso, me gusta poder moverme por toda Europa sin el pasaporte entre los dientes. El mundo, como dijo Zapatero, es del viento. Luego llegaron los gobiernos y empezaron a poner fronteras, para que no se mezclaran los impuestos.

La Unión Europea, ese viaje a los estados unidos de Europa, era una manera de colocar las viejas naciones estado sobre la repisa de los jarrones chinos. Al final nos íbamos a poder quedar con la patria chica y la gran ciudadanía. Pero parece que estamos haciendo un viaje en sentido contrario. En unos pocos meses tendremos que presentar el pasaporte en el Reino Unido. Y si en un futuro no muy lejano la Unión Europea termina por romperse, volveríamos al viejo modelo de las aduanas y las fronteras. Y encima, tal vez no sea un imposible pensar que en España algún día tendremos además que pasar controles para entrar en los nuevos países de Cataluña, País Vasco o Galicia.

El reverdecer de los estados soberanos y las fronteras viene amparado en unos casos por la coartada de la libertad. Lo dijo Pablo Iglesias a los catalanes; amo la democracia, pero amo más la libertad que tenéis para decidir sobre vuestro futuro. La frase es una bellísima mentira. Porque Tarragona nunca tendría la libertad para decidir emanciparse de Cataluña. Y porque es la democracia la que garantiza la libertad de los ciudadanos y no al revés.

Pero peor que el virus de la independencia es el efecto del miedo que está produciendo un auge de los partidos radicales en Europa. Son fuerzas políticas que defienden un ultranacionalismo, rechazan la inmigración por razones de seguridad y están contra el proyecto de unidad europeo. Atacada por la izquierda y la derecha, la idea de Europa se tambalea. Y el pánico está haciendo perfectamente su trabajo. La oleada de ataques realizados por asesinos solitarios que han causado masacres en Francia o Alemania ha disparado la xenofobia frente a los jóvenes inmigrantes inadaptados, considerados un semillero de la Yihad. Y algunos hasta aprovechan para justificar ahora el vergonzoso comportamiento de la UE en la crisis de los refugiados.

La guerra ya no es algo que los buenos europeos ven en la sección de internacional de los telediarios. Ha llegado a sus ciudades, sus calles, sus vidas. Y sienten miedo. Durante décadas los Gobiernos han afirmado que los servicios de inteligencia, las policías y el aparato del Estado, garantizaban la seguridad. En realidad nos estaban mintiendo. La intromisión y la vigilancia de nuestras vidas sólo ha servido para recaudar más dinero para las todopoderosas haciendas y tesoros públicos. El despliegue que sirve para los corderos no vale para los lobos. Esos mismos gobiernos incapaces son los primeros que ahora entran en pánico y apuestan por cerrar fronteras. Aislarnos en el castillo subiendo el puente levadizo. ¿Para llegar a esa conclusión hemos elegido a los mejores de nosotros? Va a ser que no.