Existe un "merchandising" de la seguridad, tan plagado de estupideces inanes e inservibles como cualquier otra línea empresarial dedicada a fabricar inútiles chucherías con las que nos atufan algunas marcas comerciales. Por ejemplo, llegar al aeropuerto de Los Rodeos y ver plantado como un semáforo, justo a la entrada de la dársena de descarga de viajeros, a un policía nacional armado con un pavoroso fusil ametrallador colgado sobre el pecho. ¿Qué función cumple que no sea la de "hombre anuncio"? ¿Es que se prevé la llegada de un comando del Daesh subido a una carroza de carnavales y armado hasta los dientes contra la que el joven policía, si no se ha derretido por el calor, tendría que abrir fuego graneado?

Lo mismo pasa con las patrullas que circulan por el interior del aeropuerto, armados hasta los dientes. ¿Son sicólogos armados que escrutan detenidamente a los viajeros para discernir quién es un viajante de comercio que se va a Las Palmas y quién un comando suicida cargado de explosivos? ¿Se pueden distinguir a simple vista?

Los controles de seguridad en los vuelos interiores de Canarias son otra exquisitez de la inutilidad. Como las pruebas de rastros de pólvora que se hacen aleatoriamente, para susto de algunos cazadores a los que les pita el cacharro. O el rigor con el que se echa para atrás un frasco de colonia que supera los cien mililitros o una botella de miel de palma. Es posible que algún día una persona trastornada intente secuestrar un Binter armado de un cortauñas o una de esas ridículas tijeras del set de maquillaje. Pero así a bote pronto parece bastante improbable que alguien quiera desviar un ATR que va al Hierro para llevárselo a Fuerteventura. No compensa.

Pero en relación a la seguridad, merece la pena que les cuente un caso real ocurrido fortuitamente a un viajero. El 22 de julio realizó por la mañana un vuelo Tenerife-Las Palmas con regreso por la tarde. En una mochila había guardado un par de cuadernos, un Ipad dentro de su funda, unos auriculares, un desodorante de barra, una funda de gafas, un frasco de pastillas de menta y las llaves de su casa. Sin que se diera cuenta al coger la mochila, en un bolsillo del fondo de la misma, había unas correas de una tienda de campaña y una navaja de monte, olvidada seguramente tras una excursión. Pues bien, hizo el viaje de ida y vuelta a Las Palmas y pasó por dos controles de seguridad. Nadie la vio. Se libró de una vergonzante situación en la que habría tenido que dar muchas incómodas y difíciles explicaciones. Pero no tuvo que hacerlo. Un pedazo de cuchillo de considerables dimensiones pasó inadvertido por dos controles de seguridad.

Para más asombro, en el viaje de ida sonó varias veces un pitido al pasar por el arco y se le comunicó al viajero que le tocaba un "control exahustivo" aleatorio, que tampoco detectó la navaja. Eso sí, un amable responsable de seguridad le advirtió que el desodorante tenía que pasarlo fuera de la mochila y en una bolsa de plástico. Cojonudo.