¿Te has planteado de qué hablamos exactamente cuando nos referimos a la necesidad de impulsar el crecimiento económico? El ODS-8 de las Naciones Unidas se refiere a la promoción del crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos. Parece más bien una carta a los Reyes Magos en un tiempo en el que (casi) nadie cree ya ni en la monarquía oriental ni en la magia. Parece una utopía inalcanzable, pero por pedir que no quede, ¿verdad?

Si estás de acuerdo con la afirmación anterior, te animo a que sigas leyendo, porque no puedes estar más equivocado. Está claro que el capitalismo se está desbocando, y ya no están tan claros los principios que lo inspiraban en sus orígenes. La keynesiana "mano invisible" que debía regular las relaciones entre los distintos factores de producción no ha resultado ser tan infalible como se pensaba. No hay un equilibrio real entre el capital financiero y la fuerza de trabajo. El nombre de esta teoría económica ya nos da una idea de sobre qué factor de producción recae el peso de la relación económica. Se supone que la libertad de elección debía aplicarse tanto a las empresas como a los trabajadores y a los consumidores. Si esto fuera verdaderamente así, ningún empleado trabajaría bajo unas condiciones que no aceptaría libremente... Sin embargo, la realidad económica nos empuja a aceptar tareas que no están adecuadamente retribuidas o que no cumplen con las condiciones mínimas para considerarlas "aceptables". Sin embargo, lo hacemos.

Desgraciadamente, gran parte (si no toda) de la responsabilidad en este sentido recae sobre un sector, el empresarial, que no siempre está concienciado sobre su papel en el desarrollo económico de las regiones en las que despliega su actividad. Es cierto que en los últimos años se ha producido un gran avance -sí, y a pesar de la crisis- y se ha conseguido reducir el número de empleos precarios en el mundo. Aunque a pesar de los importantes avances, aún más de 780 millones de trabajadores ganan menos de 2 dólares al día. No vamos a entrar ahora a valorar si eso es mucho o poco dinero en todos los lugares del mundo, pero el dato nos debe invitar a reflexionar sobre ello.

La libertad del mercado ha desembocado en el convencimiento de que "si no acepto las condiciones que me imponen, lo hará otro", y "mejor tener un trabajo precario que no tener ingresos". Sería muy fácil, partiendo de esta premisa, echar la culpa al trabajador. Pero el problema -o la solución, según se mire- viene de atrás. ¿Debe el empresario ofrecer unas condiciones que sabe que no son dignas por el mero hecho de que haya alguien dispuesto a aceptarlas? La teoría clásica capitalista diría que sí, pues son consentidas "libremente" por el trabajador. Pero es aquí donde muchos empresarios nos equivocamos (sí, yo también lo soy), y por ello afirmo que se ha perdido el ideal del capitalismo originario. Para que el consentimiento pueda considerarse válidamente otorgado debe estar libre de coacción o amenaza. Y no me refiero a la que pueda ejercer el propio empresario, sino la que impone la propia realidad social, las propias circunstancias personales y familiares. ¿Es realmente "libre" quien acepta unas condiciones laborales próximas a la explotación? ¿Qué hay detrás de su aceptación? El capitalismo se pervierte en el momento en el que el empresario toma consciencia de esta realidad y trata de aprovecharse de ello en su propio beneficio, en vez de ofrecer unas condiciones laborales dignas, con independencia de la necesidad de quien busca trabajo.

Por suerte, la mayoría del empresariado que conozco -y conozco muchos- se está concienciando de esta realidad y no sólo cumplen con los principios básicos propugnados por los Derechos Humanos, sino que los hacen valer en toda su cadena de suministros. Porque de nada sirve que yo garantice unas condiciones laborales de calidad si no le exijo lo mismo a mis proveedores. Desde la Asociación de Jóvenes Empresarios estamos trabajando muy duro en la difusión de estos principios.

El pleno empleo es posible, y además en unas condiciones de calidad y dignidad para todos. Pero para ello necesitamos ser coherentes con nuestros planes de crecimiento, tanto a corto como a largo plazo. Una sociedad con un alto poder adquisitivo que consuma responsablemente hará posible el crecimiento económico sostenible, pero esto sólo se consigue con unos empleos de calidad, que reducirán los márgenes de beneficio de las empresas a corto plazo, pero que garantizarán un retorno productivo a medio plazo. Si todos tomamos conciencia de esta realidad y asumimos el reto de mejorar las condiciones de vida de todos, y no sólo de unos pocos, el objetivo de alcanzar el pleno empleo estará al alcance de nuestra mano.

*Profesor de Ética de la Universidad Europea de Canarias