Y dijo Jesucristo: "Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que algún gobernante español baje los impuestos". Y si no lo dijo, seguramente lo pensó. Porque desde que a alguien se le ocurrió cobrar para el Estado de lo que producen otros, aquí no hace más que llover impuestos y tasas por todos lados.

Hay una parte del país que trabaja y crea riqueza -el precariado laboral y las pymes, mayormente- y otra en situaciones de necesidad que recibe la transferencia de parte de esa riqueza en forma de servicios o prestaciones sociales. Cada año trabajamos casi seis meses para pagar todos los impuestos y cargas del Estado. Y justo en medio está la figura salvífica de una enorme, oronda y feliz burocracia, que es la encargada de organizar el reparto. Y que por el camino se merienda lo que no está escrito en gastos propios e impropios. Decenas de miles de cargos públicos, tres millones de funcionarios, centenares de instituciones y organismos llenos de sueldos y dietas que nadie quiere tocar, empresas públicas de toda ralea... El sumidero de los costos de las administraciones del Estado produce escalofríos. Y por supuesto; no lo toca ni dios.

La portavoz del PP en el Parlamento de Canarias, María Australia Navarro, es consciente de todo esto. Y sufre. Y además con este bochorno de verano, sufre más. Y al ver sonreír a Asier Antona, que últimamente no hace otra cosa, es de suponer que sienta un sufrimiento casi insoportable. Por eso ha decidido ponerse al lado de la gente y le ha pedido hace poco al Gobierno canario que baje el jodido IGIC, que está al 7% y lo pase al 5% como estaba antes. El IGIC es, como todos ustedes saben, lo que cobra el gobierno a los consumidores finales de un bien o de un servicio. Lo que cobra, naturalmente, por la cara, como todos los impuestos. Este año en las islas llevamos camino de superar una recaudación de 1.500 millones.

Y es que en el PP están muy sensibilizados con el tema fiscal. Gracias a Zapatero y a Rajoy, el IVA -que es el IGIC peninsular y baleárico- pasó del 16 al 21% en dos subidas vistas y no vistas. Durante los cuatro años de legislatura del PP se recaudaron casi veinte mil millones de más en impuestos directos, especiales e indirectos. Más de diez mil millones recayeron directamente sobre los consumidores a través del IVA.

El año pasado, además, los agotados españoles que atravesaron sin ahogarse lo peor de la recesión, cargaron sobre sus costillas con una cifra récord de recaudación de impuestos que no se lograba desde 2007: un poco más de 242.000 millones nos sacaron de los bolsillos. Cuando se dan estas cifras, los gobernantes sonríen y señalan que es que la economía va mejor. "Pues no será gracias a ustedes", habría que contestarles. Porque si ha existido una quiebra del discurso liberal del PP es aquella, fundamental, que establece que el dinero está mejor en el bolsillo de los ciudadanos que en el de Hacienda. Lo decía Rajoy y añadía que "los ciudadanos saben cómo gastarlo mejor". Tenía razón, pero no fue coherente con lo que decía. Para mantener la estructura pública del país, los sueldos de la burocracia y los pagos de la creciente deuda, sacaron el dinero del bolsillo de los ciudadanos. Y a mansalva.

Lo curioso es que el partido que ha pedido hace poco que se baje el IGIC en Canarias, petición a la que me sumo con entusiasmo, es el mismo que subió el IVA. Y es el mismo que olvidó dedicar una parte de esa recaudación a mejorar los servicios públicos transferidos a las islas. El mismo que, desde la Hacienda central, nos asfixió económicamente. Nos puso a la cola de la financiación. Nos ninguneó en materia de inversiones. Lo que facilitó que el Gobierno canario, para ingresar aquí lo que no le llegaba de allá, nos subiera los impuestos. Por eso que el PP pida aquí y ahora que se baje el IGIC produce un cierto sofoco. Porque no es coherente estar en misa y repicando. Pero son así. Saben que eso es lo que quieren muchos miles de sufridos consumidores, hartos de pagar. Por eso todos piden una cosa cuando están en la oposición y hacen la contraria cuando gobiernan. Ellos juegan. Y nuestros bolsillos son la pelota.