El no querer es la causa. El no poder es el pretexto.

Séneca

La motivación es lo que está tras todo aquello que hacemos con pasión, con esfuerzo, con dedicación. Es una de las claves de la conducta que explica muchos de los más increíbles logros del ser humano.

Vemos alguien que corre más de cien kilómetros, o que termina de estudiar una carrera universitaria en su tercera edad, o que consigue salir adelante a pesar de un montón de obstáculos que nos parecen objetivos a nosotros. Y decimos ¡qué valor, es algo milagroso, yo no podría hacerlo!, con una mezcla de admiración y envidia que hace que veamos lo obtenido como algo mágico.

Hasta que nos toca a nosotros. En ese momento en que decidimos dedicarnos a algo por el puro placer de hacerlo. Simplemente porque nos gusta. Porque lo sentimos como parte de nuestro propio ser. Y nos colocamos al otro lado. Somos los admirados o envidiados. Y no lo entendemos. Estamos haciendo algo simplemente porque queremos, y no para que nadie lo aprecie o lo envidie. Lo hacemos por nosotros mismos. Y esa es la clave.

Esto es la motivación. Parte de ella. Al menos la que consigue que cambiemos. La psicología lleva muchísimos años estudiando por qué las personas hacemos lo que hacemos y qué nos empuja a ello.

La relación de motivos más conocida se fundamenta en la pirámide de Maslow. En la base de la estructura se encuentran los motivos de déficit, entre los cuales destacan el sexo y la alimentación. Por encima estarían los deseos de seguridad y afiliación, así como de crecimiento, caracterizado este último por la necesidad de nuevas experiencias, belleza y autorrealización. Según Maslow, primero deben satisfacerse las necesidades inferiores para acceder a las superiores.

Parece evidente, ¿verdad? Si no podemos mantenernos en pie, difícilmente podemos aspirar a otras cosas. El modelo de Maslow ha sido muy discutido por los especialistas en motivación, especialmente por la jerarquización, que supone, y no nos engañemos, por el papel esencial que le da a la satisfacción sexual en la base de la pirámide.

Desde el punto de vista más práctico, la psicología de la motivación recoge cómo las personas se mueven o son movidas por algo. Es decir, además de la clasificación de los impulsos motivacionales, encontramos un sustrato mucho más importante, a mi modo de ver. ¿Qué nos motiva para acometer algo? ¿Lo hacemos porque es lo que se supone que debemos hacer? ¿O, por el contrario, lo haremos a pesar de que no se supone qué sería lógico hacer?

Esta pregunta nos acompañará toda la vida. En mi caso, y debido a mi profesión, han sido muchos los padres y madres que me han pedido que aconseje (una manera discreta de decir "quitar de la cabeza") a sus hijos o hijas acerca de lo que deben estudiar.

Por lo general, me llegaban jóvenes con las ideas muy claras sobre lo que querían hacer. Cocinar, estudiar filosofía o montar una empresa con otros amigos. Es decir, ¡eso es lo que ellos querían y sentían que tenían que hacer! Mi éxito para convencerles para que tomaran un camino "más realista" era más bien nulo. Supongo, porque ni yo mismo estaba motivado para hacerlo.

El segundo paso resultaba ser el más difícil pero a la vez el más bonito. Hablar con sus padres y madres para explicarles lo que a sus hijos les apasionaba. He de decir que, en la mayoría de los casos, entendían la elección. Muchos de ellos ni siquiera se lo habían preguntado directamente a sus hijos.

Esto no quiere decir, ni mucho menos, que la elección que tomen sea la acertada. Pero es ahí donde radica el misterio. No hay respuesta correcta. Nadie elige su camino con diecisiete años. ¡Puede que empiece estudiando química y acabe terminando psicología, se especialice en adicciones y luego pase a apasionarle la psicología positiva!

Si educamos a nuestros hijos para que tengan capacidad e ilusión de cambio, serán mucho más felices y capaces para hacerlo y tener éxito en ello. Aprenderán a moverse siguiendo su propia fuente de motivación y no la de nadie que se las imponga desde el exterior.