Desde el día en que el fontanero le arregló el grifo de la ducha a la Padilla, se produjo un antes y un después en su vida. Aunque el tipo se pasó de rosca con la factura y con algún tornillo, ella se quedó encantada al comprobar que el agua que salía de aquella válvula oxidada era milagrosa, tanto o más que la del santuario de Lourdes.

-¿Y tiene poderes curativos? -preguntó Brígida.

-Señoras, un respeto. No jueguen con el nombre del señor -les advirtió el padre Dalí.

-Más bien será con el nombre del fontanero, porque como sea cierto lo de los poderes este acaba escribiendo el "Fernández" con letras de oro -apuntó Úrsula.

En voz baja, la Padilla les contó a sus vecinas que, desde que se duchaba con aquel chorro de agua milagrosa, se sentía rejuvenecida.

-¿No me notan la piel más consistente? -preguntó tocándose el cuello.

-Algo consistente sí que parece ese colgajo de ahí -dijo Brígida.

-Bueno, en realidad es más firme que colgajo -comentó Úrsula, con una mirada matadora a su hermana y tratando de no quitarle la ilusión a su vecina.

-Y miren mis pechos qué tersos están. Toquen, toquen -les animó.

El padre Dalí fue testigo de la escena y, temiendo que aquello contase como pecado, cerró los ojos con una fuerza sobrehumana hasta que llegó a su piso. Allí, fijó la vista en los geranios de su balcón, intentando borrar la imagen maldita, pero ya se le había quedado grabada en la retina para siempre.

Como no podía ser menos, Carmela se encargó de hacer correr el rumor de las propiedades curativas de la ducha de la Padilla por todo el edificio y, aunque al principio pensamos que se trataba de una invención, enseguida el comentario fue lo joven y guapa que se estaba poniendo. Úrsula le contó a su hermana que también ella probaría el agua milagrosa. Recordó que tenía una copia de la llave de su vecina y no se lo pensó dos veces.

-La Padilla ha salido. Vigila la puerta mientras yo entro a llenar las garrafas -le ordenó a su hermana.

-¿Y si vuelve? -preguntó Brígida temerosa.

-Pues gritas nuestro santo y seña y salgo corriendo. Ya en casa de la Padilla, Úrsula se dirigió al baño. Estaba nerviosa pero no titubeó al abrir la fontana de oro. Mientras, fuera del piso, con las gafas de lejos puestas, Brígida vigilaba alongada al hueco de la escalera. Todo parecía tranquilo hasta que, pasados unos minutos, vislumbró una mancha que debía ser la Padilla entrando al edificio. Se acercó a la puerta y gritó.

-¡El pájaro está en el nido!

Úrsula no respondió, así que pensó que, tal vez, esa no era la frase.

-¡El pollo está en el horno!

Lo intentó de nuevo pero nada. Su hermana seguía sin salir y la Padilla se encontraba a dos pasos. Hizo un último intento.

-¡El pollo se ha quemado!

En ese momento, Úrsula apareció cargada con las garrafas pero ya no había forma de escapar.

-¡Oye! ¿Qué hacías en mi casa? -preguntó la Padilla con los pechos más tersos que el día anterior.

Las hermanas se miraron y, sobre la marcha, maquinaron una excusa.

-Vaya, qué pena. Nos has descubierto. Queríamos celebrar tu rejuvenecimiento con una sorpresa. ¿Verdad Brígida?

-Sí. ¡Sorpreeeesaaaa! -gritó.

-No me refiero a eso, imbécil -le dijo entre dientes a su hermana para, enseguida, dirigirse a la Padilla-. Es que me han traído un par de langostas del Cantábrico y quería que las probaras con una paella, pero no me atrevía a cocinarla con agua que no fuera milagrosa para que no te sentara mal. Y por eso entré a cogerla.

-Jo, qué detalle, niña. Acepto encantada la invitación. Por fortuna, habían logrado salir ilesas del hurto. Pero, para que su vecina no sospechara que lo de la paella había sido una excusa, esa misma tarde tuvo que cocinarla e invitarla a cenar.

-Oye, chica, está buenísima. Pero, una cosa: ¿no me habías dicho que era con langostas? -preguntó, mientras le arrancaba la cabeza a una gamba escuchimizada.

-Ay, niña. Para mí que eso es el agua milagrosa, que las ha rejuvenecido.

@ Irma Cervino

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