Por motivos que no vienen al caso suelo estacionar mi coche en la calle José de Zárate y Penichet, la que limita el barranco que bordea el acceso al barrio de La Alegría. Aunque decir estacionar puede resultar una expresión algo optimista, pues hay siempre por los alrededores una docena de vehículos esperando la oportunidad de hacerlo. Tiene uno que armarse de paciencia, leer los titulares del periódico que hemos comprado o consultar en el móvil las últimas noticias del día. Sin embargo, paciente como soy, esa espera nunca me resulta demasiado tediosa, pues al final, tarde o temprano, siempre aparece una plaza libre. Lo penoso, al menos para mí, era transitar por la acera que da al barranco. Su visión, lleno su cauce de piedras voluminosas, bolsas de plástico, papeles, electrodomésticos, matorrales, etc., resultaba en verdad deprimente. Digamos que podríamos señalarlo -por supuesto no exclusivamente, porque hay otros lugares de la ciudad cuyo aspecto continúa siendo lamentable- como símbolo de la desidia, del desinterés, de quienes tienen a su cargo la limpieza de los barrancos de la isla.

Siempre me ha gustado echar mano del significado de la teoría del caos, ya saben, la de Edward Lorenz -el escritor James Gleick la definió diciendo que "si agita hoy, con su aleteo, el aire de Peking, una mariposa puede modificar los sistemas climáticos de Nueva York el mes que viene"-, puesto que es la que mejor refleja el comportamiento de nuestra sociedad ante la basura que nos inunda. En un artículo que publiqué hace ya algún tiempo me referí a la alegría con que, llegado el invierno, nos dirigimos al Teide para deslizarnos por la nieve sobre bolsas de basura. Esto en sí carece de importancia pues se trata de una forma sana de divertirse, de pasarlo bien, pero no lo es tanto dejar luego la bolsa que hemos utilizado en cualquier parte, sujeta a los efectos del viento o de las escorrentías que pueden producirse llegada la temporada de lluvias. En ese momento -o más adelante, cumpliendo la teoría de Lorenz-, esa bolsa puede taponar con otras el ojo de un puente y provocar una inundación, como tantas veces hemos experimentado en nuestros lares.

Todo lo anterior viene a cuenta de la foto que publicó EL DÍA el pasado día cinco de agosto en su pagina cuatro. Allí, en un rincón, casi inapreciable, se puede contemplar una vista del litoral de Valleseco -en concreto un barranco- limpio e impoluto como nunca en la vida -y tengo ya mis años- lo había visto. Comprendo, por supuesto, que la noticia en sí no es noticia, como no lo es todo aquello que entra en nuestras obligaciones -para eso nos pagan, tal y como me dijo un buen amigo hace ya algunos años-, pero creo que en esta ocasión sí merece ser resaltada, pues esa obligación también la tenían los anteriores mandatarios de la Autoridad Portuaria, y sin embargo solo la llevaban a cabo en contadas ocasiones -tras las hogueras de San Juan- y nunca tan escrupulosamente.

La persona que decide entrar en política creo yo que no sabe los riesgos que corre. En su mente deben confundirse el deseo de hacer algo útil para la sociedad, también el ser reconocido, tener algún "poder", etc., pero ha de saber arrostrar las críticas que su gestión pueda causarle. Por ello entiendo que las labores silenciosas, las que tenemos la obligación de asumir "aunque nos paguen por ello", deben ser resaltadas. Con ello lograremos que el ánimo de los implicados no decaiga, pues al fin y al cabo redundará en nuestro propio beneficio.