De niño pasé dos veranos en Alemania, donde era "el español", lo que me parecía injusto porque según mis padres no éramos españoles, sino vascos. Había nacido en una familia nacionalista. En una comunidad dentro de otra más amplia: la vasca. Por cierto, Bilbao era terriblemente española: como Burgos o Toledo, como no fueras a los pueblos no encontrabas lo "vasco" por ninguna parte. Vitoria era Castilla y San Sebastián algo vasca, pero fundamentalmente española. Terminé siguiendo el dictado familiar, con algo de más lealtad. Pero acabé marchándome, casé fuera y finalmente la pasión vasca se invirtió. No toleraba el nacionalismo; familia, amigos, conocidos que durante el franquismo convivieron magníficamente con él, habían advenido a la nueva religión. La identidad debe ser lo más voluble que hay en el hombre, como la mutación en antifranquista similar veleidad. Pasaba las vacaciones en el pueblo de veraneo de la costa y los veía. Dejé de ir, porque ya no soportaba aquel ambiente unánime, de sacralidad, rigorista, creyente.

Llevo más de dos años escribiendo en este periódico y no he escrito absolutamente nada, ni una sola vez, sobre política vasca, mientras que en otro que escribí durante casi diez, lo hacía profusamente. El tema vasco y el nacionalismo cansan, aburren, se revelan prosaicos, artera manipulación, furores condenados a desmocharse y desinflarse. Carecen de realidad en lo que todos los teóricos prestigiosos son unánimes. Benedict Anderson habla de naciones imaginadas; Hobsbawm, de tradiciones inventadas; Gellner, de raras excepciones, ya que muy pocas naciones cristalizan; Anthony D.Schmith, de que son los nacionalistas quienes crean las naciones, y Kendouri, de una ideología de felicidad.

Descubrí, a diferencia de Cánovas del Castillo -que dijo que era español el que no podía ser otra cosa-, que era incomparablemente preferible ser español a servasco únicamente, o catalán. Los vascos hubiéramos sido la más absoluta nimiedad sin nuestra lealtad a Castilla. Con ella estamos desde los comienzos de España. Todos los vascos universales, que han sido muchos, toponimias y apellidos por el mundo, relativa notoriedad fue posible por España. No se me ocurren ilustres al margen: nadie. La universalidad del español, el Quijote y Sancho Panza: arquetipos mundiales, el Siglo de Oro, la conquista de América y las ciudades y universidades creadas, el mestizaje, la tauromaquia, el barroco, la contrarreforma, la pasión, el arte, el delirio soñador... ¡Tanto! ¡Lo realmente original es España! En la periferia separatista: algún ilustre compartido y folclorismo muy normalito, aunque pura coacción totalitarista. ¡No hay comparación posible!