Iniciado el mes de los Cristos y las vendimias, la climatología ha sido demoledora con la cosecha, un 50% menor al año anterior. En cuanto a la capital, la temperatura continúa insoportable, salvo el leve alivio de algún electrodoméstico, paliativo del fin del ferragosto. Por fortuna junto a la costa el bochorno es menor, si acaso algún caldeamiento interno por los excesos de las fiestas locales recién concluidas o a punto de hacerlo; como la del Gran Poder en Bajamar y la de los Corazones tejineros, mezcla de pasión y rivalidad permanente y algún atisbo de devoción por San Bartolomé.

Singularmente en estos días de estío, cuando la política se ha ido al monte o a la playa, se ha hablado bastante de la dejación que experimenta la cultura en todos los presupuestos; incluso se establecen comparaciones con Euskadi, con un número similar de habitantes a Canarias, donde las partidas consignadas son diez veces superiores a las nuestras. Podría seguir enumerando datos y comunidades, pero basta con una para hacerse una idea de nuestra pésima situación, con un aumento del 5,3% de los presupuestos generales, mientras los de cultura, en plena caída libre, bajan un 6%. La única razón de esta merma dineraria es que, salvo excepciones, nuestro Ejecutivo no está por la labor de fomentar la cultura. Obviamente, hay que decirlo, lo único que se ha incrementado por el interés que despierta y por su relación con la industria turística es la cultura gastronómica, en donde están destacando algunos nombres en el arte culinario; aunque otros únicamente se han comprado la vestimenta y un pañuelo pirata a la cabeza, para atreverse con un menú que tiene más de alquimia que de estímulo al paladar. Y para ello se han provisto del sifón de las emulsiones, el soplete para gratinar y han hecho acopio de hielo seco para los efectos visuales del tan cacareado y renombrado "emplatado". Una palabra tan confusa que no hay ningún autonombrado "cheff" que no la tenga en su vocabulario. Si yo señalara nombres y responsables de establecimientos, no terminaría. Recientemente un belillo me mostró orgulloso con su móvil las fotografías de sus platos, y mientras lo hacía mostraba sus descuidadas y enlutadas uñas sobre las teclas. En mi fuero interno, he rebautizado su figón, al que no he vuelto, con el sobrenombre de "Uñas sucias".

Entiendo, repito, que proliferen la gastronomía y sus profesionales, pero reconozco que en una época de crisis, y hasta de hambre física, resulta chocante esta huida hacia delante de la buena mesa, sólo asequible al mayor poder adquisitivo; mientras la clase media, y aun la inferior, seguirá consumiendo sus papas con mojo, que viene a ser una cachetada sin manos contra los nuevos alquimistas y competidores de platos tradicionales, que calificaron antaño nuestra sencillez como comida de cerdos. Ahora tendrán que empaparse hasta las trancas.

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