Marina tiene quince años y es alumna de un instituto de Girona. Está contando en la radio peculiaridades de su centro que lo hacen diferente a otros. Dice que con sus compañeros se organizan para salir a "ayudar a la comunidad". Detalla que han formado diferentes "grupos de servicio" para echar una mano a la gente. Por ejemplo, unos dan soporte escolar con clases de refuerzo a críos a los que les cuesta sacar la tarea adelante. Otros se relacionan con ancianos que viven en geriátricos o en sus casas para ofrecerles compañía, contarse cosas o cargarles las bolsas de la compra. Y me pareció entender que hay quienes se ocupan también del mantenimiento de las instalaciones del propio instituto. Lejos de parecerles una lata todo esto, explica que les gusta salir fuera, no quedarse "encerrados en clase", "estar con la gente". Habla de un "sentimiento bonito".

A la directora del centro, Yolanda, la escucho expresar con claridad esta reformulación -sin embargo compleja- de la educación: "No educamos para el futuro, sino para practicar valores que ahora son necesarios y que son eficaces".

Este instituto, del que no retuve el nombre, forma parte de una red mundial de escuelas de primaria y secundaria reconocidas por Ashoka, la organización de emprendedores sociales. Las llaman "Escuelas Changemaker". Por lo que he leído en su web, son escuelas que educan también a los alumnos en habilidades como la empatía, el trabajo en equipo, la creatividad, el liderazgo y la resolución de los problemas. "Sus chicas y chicos son capaces de empatizar con los problemas de los demás y de aportar soluciones innovadoras".

Dice Jeremy Rifkin que la empatía global es la que podría evitar el desmoronamiento de la civilización. Este sociólogo y economista, asesor de varios gobiernos, hablaba hace unos años de la Tercera Revolución Industrial (el Foro de Davos ya abordó este año los retos de la cuarta revolución industrial) y de cómo el Internet de las cosas determinaría sociedades colaborativas. En un libro que publicó en 2010 proponía una nueva interpretación de las civilizaciones "examinando la evolución empática de la humanidad". Según señalaba, "descubrimientos recientes en el estudio del cerebro y del desarrollo infantil nos obligan a replantear la antigua creencia de que el ser humano es agresivo, materialista, utilitarista e interesado por naturaleza". Para Rifkin, "la conciencia creciente de que somos una especie esencialmente empática tiene consecuencias trascendentales para la sociedad". Tanto es así que, de la misma manera que observa la influencia de la evolución de la empatía en nuestro desarrollo como especie, apunta a ella como la que "probablemente determinará nuestro destino".

A mí me gusta cómo se refiere a la evolución humana el paleontólogo Ignacio Martínez Mendizábal. Me gusta especialmente cómo lo cuenta en el prólogo del libro de Loreto Rubio, "Os necesito a todos". "El hecho -explica- de que la cooperación humana se base en la comunidad de ideales no es el único aspecto extraordinario de la conducta social humana. A diferencia del resto de criaturas sociales, nuestra colaboración no se basa exclusivamente en nuestra programación genética, sino en nuestra voluntad". Y más adelante añade: "Colaboración y libre albedrío, una combinación única en la historia de la vida".

Esa forma de madurar echando una mano, esa educación experiencial de los alumnos del instituto, la voluntad colaboradora de nuestros antepasados que relata Martínez Mendizábal, la imagen de la naturaleza humana que empieza a surgir -dice Rifkin- con el descubrimiento del "Homo empathicus". Nada de esto parece sentimental o ingenuo. La ciencia pone el acento en la utilidad, la eficacia y el progreso que supone aprender a ponerse en el lugar del otro, y querer hacerlo.

@rociocelisr

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