Ahora que ya no estás, que te fuiste... rápido, como siempre. Ahora que ni te recuerdo, ni debo. Ahora voy a hablar de ti. Sin miedo. Me asustas. O no. Tristeza, melancolía, desazón... yo qué sé. Eso que te encoge el alma cuando te asoma la soledad o ves tan lejos lo que fueron tantos agostos con tus amigos, tus amores de juventud... Esos que tan bien recuerdas en la terraza del bar en horas del día siguiente.

Agosto es un mes para adolescentes. Para enamorarse con sinceridad y pensar morir de amor, irrespirablemente. Lo malo de agosto no es lo rápido que va, sino lo rápido que vuelve. Cada año contamos mejor las historias de siempre que nos llevan a los comentarios de siempre, a las risas de siempre a buscarnos como siempre.

Lo peor. Lo peor son los que faltan. Los que no están porque no pueden. Los que nunca podrán estar. Pero duelen más los que no quieren. En algo o en mucho hemos fallado, cuando ni los recuerdos que con tanto ardor rememoramos son incapaces de acercarnos. O la vida, que con tantos rincones sin señalizar, ha hecho trizas los afectos que a mí me parecen intocables. Pero no hablemos de todo ello, no sea que la nostalgia me vuelva y me revuelva con sus patas de yegua.

¡Que corra el aire! Decía Pinocho con ironía una madrugada cuando cerca del estercolero bailábamos con el radiocasette persiguiendo roces a distancias casi siempre insalvables. ¡Qué tiempos! De comidas y cenas de hijos del pueblo -que tanto jodían a los foráneos casados con hijas del pueblo- iniciadas hace más de veinte años. Donde nuestros nombres no constan. Las tardes con katiuskas y barro, las casetas, el fútbol y los guateques nos transformaron en Pinocho, Pichi, Chicharro, Paquino, Cuco, Coque, Memo, Garrafón... a los que hay que añadir a los "alevines", un Gato, otro Gato, el Chispa, Peña, Gerardín el Fideo, o el Pica que les escribe. "La suerte de tener un pueblo" -título para un artículo que siempre he querido escribir-.

Por eso hoy, ya septiembre, con las pilas cargadas del inagotable gas de infancia, quiero borrarme, que tú y yo nos borremos de la nómina impagada de los tristes. De los indefensos. De las portadas de las malas noticias. Del silencio de los mansos. De las palabras falsas, de los intereses poco interesantes. De los profesionales con futuros grises. Del rencor. De las tardes en las que no sabes que hacer y pisas una y otra vez las arenas movedizas de un territorio de cicatrices: un rostro, unas manos, un regalo de cumpleaños, una canción que bailabas con ella o con él. De Romeo sin Julieta, de Ortega sin Gasset.

Amigo. Deja que haga tuyos mis deseos. Que seas capaz de entender que es importante caminar hacia a alguna parte. Que llegar importa menos. Que siempre esté la felicidad en el porvenir. Y si la agarras, no la sueltes. Mira tu madre o la mía. El tiempo no las ha perdonado, pero siguen ahí, luchando contra el doble de enemigos que tú y que yo. Pero aún les brillan los ojos... ¿te parece poco? La vida es corta para las que empiezan a vivirla antes de tiempo. A ellas les tocó y las ha tratado duro y sin embargo... ahí las tienes. Naturaleza y mentes entrenadas en sublimar el sufrimiento. Luchando contra el destino.

Ahora, puede que valores más el silencio, las cosas menores, una caricia. Que intentes escapar de los lugares donde el ruido convoca festivales de ocio e impaciencia. Ahora cuando piensas que no estás hecho para agosto. Que puede que te guste más septiembre otoñando, lento y marrón. Que no te emocionan estas emociones compartidas: fiestas, refiestas, verbenas y sesiones vermú con pincho de resaca. Ahora que tanto te gusta meterte en el traje de "estoy mayor". Ahora que andas distante... nunca olvides que los amigos son la familia que uno elige y que, aunque solo nos veamos en agosto, tenemos mucho que celebrar. O también podemos olvidarnos. Una pena, claro.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es