¿Así que queréis cambiar a la gente? Pero ¿conocéis a vuestra gente? ¿Y les queréis? Porque si no conocéis a las personas, no habrá comprensión, y si no hay comprensión, no habrá confianza, y si no hay confianza, no habrá cambio. ¿Y queréis a vuestra gente? Porque si no hay amor en lo que hacéis, no habrá pasión, y si no hay pasión, no estaréis preparados para asumir riesgos, y si no estáis preparados para asumir riesgos, nada cambiará. Así que, si queréis que vuestra gente cambie, pensad: ¿conozco a mi gente? y ¿quiero a mi gente?

Madre Teresa de Calcuta

Puede que estemos abiertos al cambio personal, en nuestro estilo de vida, en la forma de afrontar el mundo. Los psicólogos insistimos en su importancia para avanzar y crecer como personas. Y esto queremos compartirlo con las personas que queremos. Hacerles ver cómo cambiando pueden ser más felices. Pero nos encontramos con una pared, con rechazo. Y no lo entendemos.

Intentar que alguien cambie no es tarea sencilla. En primer lugar, porque es otra persona, y no nosotros, que sí queremos hacerlo, que estamos motivados para ello. Las preguntas son un poco diferentes. Debemos dar unos pasos atrás y plantearnos nuestro propio proceso para conseguir que quien queremos que nos acompañe a ver la vida desde otra perspectiva lo haga.

¿Quiere cambiar? Si no es así, ¿cómo puedo persuadirle para que lo considere? Y algo a tener muy en cuenta: ¿cómo afectará esto a nuestra relación?

A continuación te propongo tres aspectos a tener en cuenta para comenzar este proceso de ayuda.

¿Ha considerado la posibilidad?

Parece obvio, pero si no tenemos en cuenta lo que piensa la otra persona, tenemos el fracaso asegurado. Somos muy celosos de nuestra forma de ser o actuar. Hemos tardado muchos años en ser como somos, para que alguien venga a decirnos lo que tenemos que hacer. Estamos sugiriéndole a alguien, en cierta forma, que deje de ser como es. Y eso no es sencillo. Una buena opción es predicar con el ejemplo. Si nosotros lo hacemos, quien está a nuestro lado puede planteárselo.

No juzgar.

En terapia, el buen profesional de la psicología no debe juzgar. Las personas que acuden a la consulta tienen una vida que van a abrir a un extraño.

Si juzgamos a alguien, es decir, si le decimos lo que debe hacer, estamos estableciendo el tono equivocado en nuestra ayuda. Nos colocamos, inconscientemente, en un nivel superior. Esto destruye cualquier posibilidad de apoyo.

Como podemos imaginar, no juzgar puede resultar muy difícil, puesto que estamos intentando que alguien cambie. Aceptamos a la persona como es y estamos interesados en su bienestar, esa es la clave. No elegimos qué cambio debe hacer. Estamos a su lado para apoyarle, sin juzgar. Además, este es también un gran paso para nosotros. A los humanos nos encanta juzgar a los demás y es difícil abandonar ese hábito.

Incrementar su conciencia de cambio.

Es quizás la tarea más difícil. Implica aceptación del cambio que la otra persona elija. Y, en ocasiones, no es el que nos hubiese gustado. Observar las situaciones que hacen que la persona esté incómoda o triste, y acompañarle para que sepa que estamos ahí, sin juzgar, es un primer paso importante. Detectar los indicios que puedan significar que quiere cambiar algo es el momento para manifestarles nuestro apoyo en aquello que elija modificar.

Es importante destacar que todos tenemos que sentir nuestros cambios como propios para poder percibir nuestra competencia al hacerlos. Si no, no vale. A medida que la persona produzca sus propios cambios, adquirirá competencia y seguridad y esto le animará a acometer todo aquello que quiera modificar.

En resumen, conseguir que otra persona cambie debe ir precedido de estos pasos. En teoría, dos personas trabajando juntas para cambiar algo hará que el proceso sea más sencillo e ilusionante. Pero, no olvidemos, la decisión debe ser tomada por quien quiere hacerlo, no por quien piensa que debería.