Cantando la cigarra / pasó el verano entero / sin hacer provisiones / allá para el invierno.

Sí, se trata de la famosa fábula de Samaniego, tan leída -al igual que las de nuestro Tomás de Iriarte- por todos los que peinamos canas. Su lectura era poco menos que obligatoria en nuestros ya lejanos tiempos del bachillerato (plan de 1938), y creo yo que en la mayoría de los casos -siempre hay excepciones- sus enseñanzas produjeron buenos frutos en aquella generación. No quiere esto decir que en la actual los resultados sean peores, Dios me libre de afirmarlo, pero sí distintos. Haría falta la perspectiva que da el tiempo para saber que época ha sido mejor, pues sabido es que el que está en el ojo del huracán apenas se percata de lo que ocurre a su alrededor.

La utilización de los refranes populares, las adivinanzas, las fábulas y otros elementos con que se transmitía la sabiduría popular estaba por aquel entonces muy extendida. De todos ellos se extraían experiencias y consecuencias que marcaban -o al menos permitían intuir- los senderos que debíamos tomar al tener que enfrentarnos con circunstancias no previstas. Entonces, recordando los dichos de nuestros ancestros, actuábamos.

En concreto, la fábula que menciono en este artículo se refiere a la prudencia. Recordemos que la cigarra se pasa todo el verano cantando, tomando el sol, mientras que la hormiga no para de trabajar reuniendo provisiones ante la llegada del frío invierno. Cuando este llega, la alegre cigarra pide a la hormiga que le deje algunas provisiones para no morir de hambre, pero esta le echa en cara su holgazanería durante el estío y se niega a ayudarla. Es, en definitiva, lo mismo que decir "la pereza no es más que el hábito de descansar antes de estar cansado"; o "por la calle del después se llega a la calle de nunca; o "la pereza viaja tan despacio que la pobreza no tarda en alcanzarla", etc.

La interpretación que se obtiene de la fábula en cuestión -y de sus añadidos- es el de la necesidad de ser previsores ante el futuro y, como diría el pueblo llano, no lanzar las campanas al vuelo: en cualquier momento el badajo puede romperse y aquellas voltearán entonces sin sonido, lo cual puede aplicarse al tratamiento que está recibiendo en toda España el turismo. Este año se han superado todos los récords: número de visitantes, ocupación hotelera, gastos por turista, empleados en el sector..., de modo que todos los que están relacionados con él no pueden evitar que la sonrisa les llegue de oreja a oreja.

Y hacen bien. ¡Bastante mal lo han pasado en épocas pretéritas y merecen disfrutar un poco de esta bonanza! Pero, ojo, sin querer ser pájaro de mal agüero, ¿quién puede asegurar que esta situación no variará en un plazo no muy lejano? Todos somos conscientes de que la inseguridad que se respira en países competidores -Egipto, Turquía, Jordania..., incluso Francia y el Reino Unido- es lo que ha provocado esa masiva entrada de visitantes, porque a nadie le gusta "disfrutar" sus vacaciones con amenazas de bombas u otros actos de terrorismo; bastante tenemos ya con las huelgas aeroportuarias. Deberíamos ser, en consecuencia, previsores ante lo que pueda venir. Está bien que las compañías que trabajan en el sector repartan sus beneficios llegado el momento, pero ser comedidos en ese sentido no les haría mal.

Cuando llegue la época de las vacas flacas -que llegará- no valdrá quejarse y mencionar la precariedad del sector, los elevados impuestos que sufre, la escasa productividad, etc. Entonces, yo les diría "a llorar al río".