En la cola del supermercado y en la peluquería se vive el racismo y la xenofobia. El mejor laboratorio para el experimento sociológico. Desde el inmigrante que le quita el trabajo al hijo de la señora experto en la Play 4, hasta el señor que dice no ser racista pero evita sentarse al lado del chico negro por si le pega el ébola o vete tú a saber qué.

Todos son ilegales o delincuentes; también listos que se benefician de nuestro sistema social, que otorga pagas y carta blanca a todo aquel que no habla castellano. Luego están los refugiados, que son violadores en potencia, asesinos y terroristas. Este suele ser el veredicto final emitido por un tribunal popular que no recuerda lo cómodos que iban nuestros abuelos hacinados en veleros con destino a Venezuela, Cuba y otras repúblicas de América latina.

El informe anual sobre el racismo en el Estado español para el año 2016 recoge un total de 247 incidentes racistas y casi 100 casos considerados delitos de odio. La mayoría de las denuncias registradas en SOS Racismo corresponden un 27% a conflictos y agresiones racistas; un 22% a denuncias de racismo institucional; y un 17% tienen problemas con la seguridad pública. Por su parte, el 12% no tienen acceso a prestaciones y servicios públicos; el 22% sufre discriminación laboral; el 7% no tiene acceso a los servicios de seguridad privada; el 4% sufre racismo por las autoridades; y el 1% son casos relacionados con la extrema derecha. En cuanto al género, la mayoría de denuncias fueron realizadas por hombres (179) frente a 76 realizadas por mujeres.

En cuanto a la edad, 247 fueron realizadas por ciudadanos entre 18 y 65 años, y 5 de ellas, por menores de edad. En cuanto al total de víctimas, 147 tenían su situación administrativa regularizada, mientras que 53 eran nacionales de la UE y 44 se encontraban en situación irregular. Otro dato de interés es el referente a la nacionalidad de las personas denunciantes, siendo las procedentes del África Subsahariana las más vulnerables y las que más acuden a las OID en busca de ayuda. Muchos de ellos sufren racismo en acciones tan cotidianas como el pago del alquiler, la atención en la seguridad social, la entrada a establecimientos de ocio como puede ser una discoteca o incluso en el trabajo.

Pueden parecer datos y hechos aislados, pero la respuesta de la sociedad no puede ser mirar para otro lado. Una democracia avanzada, mayor de edad y con la decencia que se le presupone a un Estado de Derecho, debe encontrar soluciones que mejoren las respuestas ante situaciones de racismo, antisemitismo o islamofobia que impiden la integración social. La pregunta es si se debe articular la creación de una ley integral contra la discriminación, así como una ley de protección de víctimas de delitos de odio o, por otra parte, educar a la ciudadanía desde la base.

Para la ejemplaridad política, no basta con un tuit reconociendo la labor de Nelson Mandela en su lucha contra el apartheid o una cita célebre de Malcom X en el Facebook; tampoco la celebración del Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial.

@LuisfeblesC