"Mucha gente no tiene a nadie con quien hablar". "¡A nadie!", repite con intensidad María Rosa Buxarrais. La entrevista que ha publicado en estos días La-Contra que hacen Amela, Sanchís y Amiguet en La Vanguardia suena a constatación y el titular a llamada de atención. Buxarrais preside el Teléfono de la Esperanza en Barcelona y lo que le cuenta al periodista deja constancia de la necesidad que tenemos de ser escuchados. Una necesidad tan apremiante, tan inaplazable, tan humana. "La llamada termina cuando el comunicante se tranquiliza" porque "alguien le ha escuchado", comenta Buxarrais. Y para eso, "diez o veinte minutos de charla" suelen ser suficientes.

Esta doctora en Pedagogía ha comprobado cómo mucha gente siente esa "desesperación por no tener a nadie que escuche" y la angustia que la acompaña. Para hablar "¿de qué?", pregunta el periodista. "De lo que sea" (...) "La soledad, el desempleo, una separación, un conflicto...". Explica el caso de una señora que llamó para contar lo "buenísimo" que le había quedado el estofado. En fin, para hablar de lo que nos afecta o nos importa a cualquiera. De lo que nos importuna o nos hiere, lo que necesitamos aligerar, lo que deseamos oxigenar o sencillamente compartir.

El teléfono de la esperanza es un servicio que presta un grupo de gente altruista, organizada como ONG, presente en treinta provincias españolas y en otros países. Tienen web nacional (telefonodelaesperanza.org). En esa página explican quiénes son y cómo funcionan. En la web de Canarias (telefonodelaesperanzacanarias.org) cuentan las actividades que realizan y cuáles son los números de teléfono de cada provincia a los que se puede llamar. Esta gente que coge el teléfono se dedica básicamente a escuchar. A escuchar "de forma activa", explica Buxarrais. O sea, escuchar "con suma atención y con todo el interés". Escuchar a la persona que está al otro lado "sin juzgarle, sin condenarle", "amorosamente -dice-, con cariño, con comprensión". Y de este modo "insuflarle esperanza". Para este trabajo, los voluntarios se forman en la "escucha activa".

Enrique Sueiro es doctor en Comunicación y ha llevado su especialidad al mundo de la empresa. Escribió un libro titulado "Comunicar o no ser" (editorial Rasche); ahí expone cómo el nuevo liderazgo se desarrolla escuchando y gestionando percepciones. Para este directivo, "comunicar empieza por escuchar porque escuchar genera talento por conocimiento" y habla de la estrategia de escuchar "para reconciliarse con la realidad", "para aprender", "para rectificar", "para celebrar", "para comprender...". En este sentido, dice que "no se trata de escuchar con los oídos -cosa que hace casi cualquiera-, sino con la mirada, la cabeza, el corazón y con los hechos". Y en este punto -afirma Sueiro- "llegamos a la entraña del núcleo: amar. Aun devaluado por el uso y a veces prostituido por su aplicación", amar le parece "el verbo de los verbos", "emparentado -entre otros- con dirigir y escuchar".

Me llama la atención la coincidencia en el argumento. La presidenta de una ONG y un ejecutivo empresarial vinculando la escucha, la comprensión y el amor como forma de funcionar, de prestar un servicio o de trabajar.

Ya sea escuchar una idea empresarial, un desamor o el resultado de un "estofado buenísimo". Ya sea "escuchar" una habilidad directiva, la de un grupo de voluntarios o la de quien quiera que sea. Escuchar y comprender parece que se entrelazan como verbos de un mismo acto afectuoso.

Tomo nota de este aprendizaje, que la cosa -por lo que dicen estos especialistas- es escuchar, aunque no escuchar de cualquier manera. Que cuando deseamos o necesitamos ser escuchados, lo que más deseamos o necesitamos es ser comprendidos. Que escuchar no solo es prestar atención, el plus lo pone la comprensión.

@rociocelisr

cuentasconmipalabra.com