Hasta el próximo 5 de octubre la sala de arte del Círculo de Amistad XII de Enero de Santa Cruz de Tenerife acoge una exposición de pintura de Hugo Pitti que se inspira en mi obra literaria, particularmente en mis relatos cortos, de ahí que se titule "Sobre mareas y marmullos". Hugo Pitti es un pintor bien conocido, con muchas exposiciones a sus espaldas y un prestigio artístico indudable, pero si algo pretendo con estas líneas es agradecerle públicamente que con su pintura haya iluminado mi literatura. Me explicaré.

Escribir es un diálogo con los fantasmas de los sótanos y, además, es el oficio más solitario del mundo, como solía decir el gran Gabriel García Márquez con toda la razón, pues nadie nos puede ayudar a escribir. Escribimos, a solas, contra viento y marea, acatando una pulsión atávica e indescifrable que nos ordena y desordena a partes iguales. Pues bien, mi descubrimiento, a partir de que Hugo Pitti me obligara con sus cuadros y el vértigo de sus colores, es saber que uno no está tan solo. Aquellas metáforas e imágenes de mis relatos nacieron en la más estricta soledad, pescadas de mis sótanos, pero a la vuelta del tiempo el pintor lee y se despreocupa de la historia que el escritor narra para agarrarse a una imagen, a una frase, aquella que le provocó la inspiración, la real gana de pintar, y se pone a hacer eso que tan bien hace Pitti, es decir, prometer una figuración que se va llenando de tantos trazos y de tanta pintura que empieza a abrir otras ventanas en el cuadro y por ahí empieza a escaparse hacia la abstracción sugerente, porque lo figurativo se amalgama y retuerce, unas figuras encima de las otras o saliendo de ellas, a saber, porque eso ya no importa. Importa solo el cuadro que una vez pintado incluirá el fragmento de frase del escritor, más o menos legible, esas palabras que inspiraron el chispazo suficiente para que el pintor pintara. Y, entonces, la fundición se completa, porque la palabra en el cuadro ya ni siquiera es palabra, palabra con significante y significado sino puro cuadro, pura pintura, esencia. Completada la fundición se produce la fundación, pues pintura y literatura fundan su propia realidad. Una realidad que se basta, suficiente, y que existe para invitarnos a entrar por la puerta y dejarnos seducir por la propuesta del arte, opípara mesa para comensal hambriento. Vayamos ya a abismarnos en la sola pintura, cuadro adentro.

Para mí, como escritor, esa sinergia en la que la pintura pinta la literatura y viceversa me ha servido, además, para percatarme de que en realidad yo funciono igual, como escritor. Es decir, llega la imagen, a saber de dónde o por qué, pero el alma alerta de que bajo esa imagen hay algo, un misterio, una magia, tal vez un relato. Ese perro callejero que es el escritor se pone a husmear hasta encontrar el principio del ovillo y, enseguida, ávido, hambriento, se pone a tirar y tirar para deshacerlo, esto es, para escribirlo y atraparlo finalmente. Pitti coge mis imágenes y las hace suyas para darnos otra cosa, ese cuadro que inventará otros cuadros y otras sugerencias. Ahora resulta que mis palabras y personajes son suyos, que supo meterlos un rato (solo para que podamos verlos, atisbarlos antes de irse a otro lado) en ese recuadro hondo que solo acota el marco del propio cuadro y a nosotros nos deja fuera, para que contemplemos su pintura, su creación, cuando, a poco que nos fijemos, resulta que también estamos dentro, dentro de sus cuadros, porque su pintura atrapa y nos encarcela para que veamos que estamos hechos de la misma pasta y que por dentro nos pueblan los mismos fantasmas, los mismos ecos, los mismos colores. Ah, jodida operación, literatura y pintura rimando consonante para que en nuestros ojos nazca la música.