Comenzábamos un viaje no sin incidencias. Como compañero de singladura tenía a mi buen amigo Juan Julio Fernández, presidente de la Junta Provincial de Santa Cruz Tenerife de AECC, quien hace ahora un año me habló y convenció de la importante labor social que dicha asociación desarrolla en las Islas. Juan Julio, seguro que sin proponérselo, me ha hecho pasar unos días inolvidables. Nos embarcábamos en un pequeño viaje de varios días con la ilusión de asistir, en mi querida ciudad de Barcelona, al acto institucional de la Asociación Española contra el Cáncer, AECC, presidido por la reina doña Letizia.

Con intención de no aburrir me reservo el detalle de las múltiples incidencias que, vistas "a toro pasado", contribuyeron seguro a darle una mayor emoción al inicio del viaje. Pero lo cierto es que, no sabiendo muy bien cómo y casi sin creérnoslo, mi amigo y yo logramos poner al fin rumbo a Barcelona. Y allí estábamos los dos, ilusionados como niños, llenos de planes, recreándonos en lo que seguro iban a ser unas jornadas importantes. Una gran ilusión a pesar, o mejor dicho, a Dios gracias, teniendo en cuenta que mi amigo y yo superamos entre los dos los míticos cien años de edad, marca que en nuestra querida España te inhabilita sorprendentemente para casi todo.

Llevaba conmigo unos pequeños auriculares, buena música, cuatro o cinco artículos de prensa pendientes de leer y una novela sueca a mitad de lectura; es decir, el kit perfecto para disfrutar de un momento mágico, que, a 9.000 metros de altura y sin teléfono, te posiciona en ese estado de paz ideal para soñar. Efectivamente ese era mi plan. En cambio, mi compañero de viaje me tenía casi desde el despegue absorto en una reflexión sobre la ética, la estética, la lógica y lo ornamental que me hizo abandonar gustosamente mi conato de "siesta a bordo". Fue después de un buen rato de charla cuando me di cuenta de que tenía dos opciones. Una primera que me conducía a la ardua tarea de empezar a buscar en mi cabeza ideas, pensamientos y anécdotas con la sola finalidad de intentar estar a la altura de mi contertulio, que inexorablemente me hubiera llevado al fracaso. Una segunda alternativa, infinitamente más cómoda, enriquecedora y sin duda inteligente, era simple y llanamente ponerme en "clave de atenta escucha", para disponerme a aprender de alguien que sabía mucho, que lo sabía explicar, que me interesaba de lo que hablaba y que además me entretenía.

Ahora que ya estoy de regreso a casa, ordenando ideas y recuerdos de este curioso viaje, me doy cuenta de que aquello que ya decía el Quijote sobre que "era más bello el camino que la posada", en nuestro caso se hizo realidad. Durante estos días trabajamos y representamos a nuestra asociación. Asistimos a la constitución del World Cancer Research Day, que, a partir de ahora, se celebrará cada 24 de septiembre, fecha que coincide justamente con el nacimiento de Severo Ochoa.

Qué pena no haber tomado nota de los pequeños detalles y de las decenas de conversaciones iniciadas, algunas inconclusas, que me han hecho sentir afortunado. No sólo por lo que he aprendido, sino también por las sensaciones de compartir unos días de actividad diferente con un buen amigo, con una excelente persona, con todo un referente, con un maestro.

Teniendo enfrente el edificio La Pedrera, Juan Julio me hablaba de los principios de la arquitectura y, sin solución de continuidad, pasaba a exaltar la importancia del humanismo, de la historia y de las matemáticas. Me asombraba con su conocimiento de la etimología de las palabras y su valor para entender mucho de lo que pensamos, de lo que hablamos, de lo que vemos y de lo que escuchamos. Me decía y repetía con convencimiento, lo que acabó necesariamente por impactarme: lo lógico siempre es estético. Por todo ello, he pretendido que estas líneas sean el reconocimiento personal que en justicia le debo, que siendo "lógico", por merecido, al menos sea también en su lectura "estético".