El reciente libro "Patria" del célebre novelista donostiarra Fernando Aramburu narra los años de plomo vividos en el País Vasco por el terrorismo. En las numerosas entrevistas ofrecidas por su autor, asigna a la narrativa la responsabilidad de legar a la posteridad el relato cierto de esos años, en su cruda realidad y que afecta a la sociedad vasca, calificada tantas veces de enferma. Hay plena constancia de cómo apoyó al terrorismo, cuando no lo jaleó, lo justificó, miró a otro lado, omitió la mínima crítica o expresión de asco, calló, aplaudió, escurrió el bulto, incapaz de la mínima piedad y compasión, solidaridad y empatía con las víctimas.

Gregariamente cerró filas bajo las ideas hegemónicas fruncidas por el nacionalismo. En aquella unidad de fondo sociopolítica, ideológica, cultural, de opinión común se trenzaba un negro entramado: convivían hasta tres grupos terroristas de ETA, organizaciones radicales dominaban con chulería la calle, combinando órganos de contrapoder popular con representación institucional. El puente de legitimidad lo tendía el nacionalismo vasco delimitando el anchuroso cauce que remansaba todos los saltos y rápidos que torrenciales buscaban desbordarse. El PNV, obispos y clero los encauzaban. Banalizaban la persecución criminal y daban una cobertura impecable: entendían causas y fines aunque no medios. El pueblo y su destino era uno: el de los buenos vascos. La sociedad comulgó con ello, se plegó tribal, se identificó con el gran proyecto cohesionador y hegemónico de no inmutarse ante nada y aceptarlo todo.

Pero Euskadi como sociedad desarrollada aún mantenía su pluralismo histórico, los constitucionalistas pasaron a ser la única disidencia del sistema. Eran antivascos, especialmente el PP. Empezó la cacería, la persecución política de los constitucionalistas. Negándoles su representatividad democrática, se procedió a su eliminación física. La UCD de Guipúzcoa acabó exterminada, luego tocó al PSOE y al PP.

En la sociedad/régimen vasco, los terroristas de ETA desconocían la soledad, el rechazo y la censura. Eran héroes, los más abnegados de cada cuadrilla, los que se autoinmolaban por la liberación vasca, les ponían calles, les rendían honores y reconocimiento. Gozaban del pleno amparo psicológico y moral de la gran mayoría. Lo del PP fue mucho peor que lo del PSOE: no solo se enfrentaban a la muerte concejales de 19 años, sino que lo hacían bajo el acoso, el desprecio y la hostilidad radical de un pueblo monolítico que los estigmatizaba. Serán los héroes de las futuras películas, porque lo fueron de verdad, es historia, y es de justicia: solos frente al mundo.