Los políticos en general y los canarios en particular han inventado un lenguaje artificioso y abstracto que consiste en unir palabras para no decir absolutamente nada. Uno pregunta si hace sol o está nublado y lo que obtiene es una genérica exposición sobre el cambio climático y el deshielo de los polos. O sea, nada sobre lo inmediato y todo sobre lo remoto.

La realidad se ha vuelto tan confusa que quienes están en las cosas de repercusión pública tienen auténtica aversión a decir las cosas sencillamente. Los partidos políticos están estragados por un falso concepto de la disciplina que consiste en que la gente tiene pánico a decir opiniones que no estén aprobadas por sus aparatos (no reproductores, por supuesto, sino orgánico-políticos).

Tras la moción de censura de Granadilla, muchos cargos del PSOE salieron en tromba poniendo a parir a Coalición Canaria. Los que ya lo hacían desde antes se vieron reconfortados en sus solitarias posiciones contestatarias. Al fin quienes estaban en el Gobierno decían las mismas opiniones que quienes se habían quedado fuera. El club de damnificados del pacto se encontró milagrosamente arropado por aquellos a quienes hasta ese momento acusaban de guardar un silencio cómodo, repatingados en sus cargos de responsabilidad en el ejecutivo canario y sus ramajes. "El partido no puede ser una oficina de colocaciones", decían los que se habían quedado sin colocar. Y repentinamente todos opinaron lo mismo con un lenguaje claro y contundente. Albricias. Pero era un espejismo.

Pasado el primer momento de calentura, las aguas volvieron a su cauce. Quienes tienen la obligación de pensar se pusieron a hacerlo -aún a riesgo de tener un derrame cerebral- y vieron que una ruptura del pacto en caliente sólo conseguiría llevar a los socialistas de nuevo a una larga travesía por el desierto de la oposición y, además, y de rebote, abriría la puerta a la entrada en el ejercicio del poder de Canarias a los populares, que están colaborando silentemente a la voladura del acuerdo con los nacionalistas.

Para el PSOE está claro que después de Granadilla las cosas no pueden seguir igual. Que el pacto debe reformularse dejando fuera a los ayuntamientos, lo que permitiría devolverles a los nacionalistas la jugada municipal de Granadilla con alguna putadita fina en cualquier municipio que se ponga a tiro. Por ahí van los tiros de las conversaciones que están llevando en el más absoluto secreto algunas personas de ambos partidos.

Vista la evolución de los acontecimientos, a quienes quieren romper el pacto y debilitar a la dirigencia socialista actual y a la aspirante a secretaría general, Patricia Hernández, sólo le queda el refugio de las bases encabritadas. De ahí que un grupo de socialistas airados quiera pedir al comité regional que lleve la decisión de mantener o romper el pacto a referéndum de la militancia, armada con antorchas y cuerdas. Algunos lo interpretan como una "podemización" del PSOE, una apuesta por el asamblearismo puro y duro, pero no es más que un recurso instrumental, una maniobra coyuntural, una jodienda inteligente. No es más democracia, sino puro follón. Un follón que ahora conviene.