Oposición. Razón llevaba el PP al exigir algo más que una aséptica abstención. Para un gobierno sin suficiente apoyo parlamentario mejor seguimos en funciones. Investir y bloquear parece peor que otras elecciones en diciembre. No creo que la gestora socialista aúpe al inane Rajoy para participar en las decisiones de Estado. No habrá abstención: el PSOE tendrá dos meses para recomponer mensaje, renovar equipos y buscar un líder. Para perder, quizás, pero con dignidad y coherencia, porque para ser oposición tiene que haber gobierno y para ser gobierno, votos suficientes. El razonamiento es simple. La recomposición pasa por una legislatura en la que se vislumbre capacidad de ser alternativa. Del nuevo gobierno, cuando llegue, no espero nada especial ¿y usted?

Más nivel. Cobrar impuestos, prestar servicios y establecer incentivos, a eso se dedica la administración pública con directriz política. A ver si conseguimos que los aspirantes respondan cómo piensan hacer esas tres cosas y con qué fin. La motivación debería ser solo una: procurar bienestar a nosotros ciudadanos, pues eso. Y que no nos vendan la moto ni con propuestas disparatadas ni con rancio inmovilismo, ni comunismo, que no funcionó ni en Alemania, ni perseverar en errores heredados del sindicato vertical. Un año de parranda, suficiente. Y que los partidos, para el noble ejercicio de la democracia, incorporen profesionales solventes, iba a sugerir, aunque eso sería demasiado hasta para el Optimista nato.

Prioridades. Lucha contra el paro. Un sistema de ayudas no contributivas -el arma secreta de la nueva política- desemboca en la autocomplacencia, ni estimula la mejora personal ni la búsqueda activa de empleo; copio a los expertos. Además, la gente que administra su exigua paga participa con extrema timidez en el consumo. Como el trámite ni es ágil ni está conectado, no aceptas un trabajillo de un par de meses para no perder la vez, carne de cañón para la economía sumergida, mantenido y expulsado del sistema. En el otro extremo los afortunados que madrugan, cuya antigüedad es su principal activo, devaluado el talento, la inteligencia y todas esas cosas, tela. Encadenados por la indemnización por despido, el derecho de sucesión empresarial o la subrogación laboral que vinculan -in aeternum- empleados y actividad. Y tres: si la sanidad es universal, que lo es, y las aportaciones a la Seguridad Social son un impuesto -si no lo fueran estaríamos ante una monumental estafa piramidal-, ¿cabría plantear el fin de las cotizaciones y que el Estado se financie mediante cualquier otro tributo?

Realismo. No seré yo el próximo presidente, no por falta de ganas, y aunque la ideas las venda gratis, que estoy dispuesto, es muy poco probable que en la política actual alguien siquiera se atreva a plantear eliminar cotizaciones o liberalizar las relaciones laborales. Seguimos empeñados en tratar de hacer funcionar un sistema con incentivos perversos. Paciencia. Mientras, loable iniciativa esos 32 nuevos inspectores de trabajo que moviliza el Gobierno de Canarias. La lucha contra el fraude es una actividad muy rentable -no solo por las multas, en su caso-, sino porque obliga a las empresas a competir en igualdad. Decisión valiente porque en un primer momento habrá damnificados, gente que perderá su empleo precario como efecto colateral mientras el mercado se ajusta. Ánimo.

Carreteras. Se acabaron los fondos del FEDER y en Tenerife sigue el atasco. Vaya. Un problema que trasciende lo insular y clama una solución a corto. El golpe en la mesa de Alonso es fundado. Sin capacidad presupuestaria habrá que recurrir al REF para conseguir la financiación vía deuda con el ahorro fiscal, que para eso está. No olvidemos el fuero.

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