El péndulo de la poesía canaria ha oscilado entre el mar y la tierra adentro, y a veces los ha integrado. García Cabrera, aunque escribiera "El hombre en función de paisaje", concibe el mar, el "perpetuuum mobile" de una forma tan inspiradora que le confiere influencia antropológica o psicológica. No es el único. Es más, hace al canario soñador y contraponiendo la tierra al mar, toma partido por este. A fin de cuentas tras el horizonte se encuentra la libertad y lo revolucionario. En Agustín Espinosa con su Lancelot prevalecerá la tierra para ser surcada en busca de andanzas, como el Quijote concebido por Unamuno para Fuerteventura.

Carmen Cólogan que ahora expone en el TEA, tiene tras de sí una sólida carrera de extraordinaria fidelidad a su mundo imaginario y plástico, del que pareciera erradicada su propia vida real, colonizada por aquel. Su carácter nervioso poco se compadece con las estancias, pasillos, huecos, rampas, ornamentaciones (franjas de historia de la pintura postpictoricista), jardines o bosques escenográficos con plantas turbadoras, que reclaman el mayor retraimiento del mundo con su belleza. Aunque a la par pueda estar acechando lo desconocido y amenazante, lo que Freud llamo "unheimlich". En una serie anterior colocó en órbita objetos inquietantes, flotando en el espacio ingrávido. Esta tensión que no llega a prefigurarse es la que asoma en sus series. Lo más extraño siempre ha de estar sugerido, por grande que sea la belleza de sus visiones, el fulgor de sus colores, la consistencia de la ingravidez.

Hay que dejar claro que su pintura que en parte pudiera tildarse de metafísica, no tiene la luz de la desolación onírica de surrealistas como Dalí o de Chirico. La luz se ha hecho color, Rothko ya vio que la luz básicamente era el color, que no se pliega a la configuración de las formas. Ha surgido una nueva fuente de colores que son los digitales. Sobran los tubos de pintura.

Si prescindimos de las ceras de Carmen Cólogan que con sus ondulaciones se hacían mar cualquiera, aguas, más tarde pasea por el espacio para regresar a tierra en esta dialéctica propuesta al comienzo, pero no a cualquiera, sino a la canaria fundamentalmente. Otros pintores de su generación también enfocaron su mirada a la vegetación de nuestra tierra. El pintor Oramas su patrón. La despojaron de todo lo superfluo y fueron a la esencia de formas y color, con un espíritu abstracto, más que iconográfico, totémico, como eran por cierto los árboles.