Aquí abajo en la "macarronesia platanera", los asuntos del Estado se ven lejanos. Y ya se sabe que la distancia es el olvido. Pero nos afectan. Aunque pasen desapercibidos, tapados por la espesa humareda silenciosa de la política cortesana, de los gobiernos imposibles, de las peleas intestinas y de todo eso que conforma la política mediocre y mezquina de nuestros tiempos.

Hace ya tiempo que Cataluña comenzó a dar pasos para la ruptura con el Estado español. Y lejos de reconducirse, el problema se vuelve más viscoso a cada momento que pasa. Desde que Madrid se negó a negociar un pacto fiscal con los catalanes -concederles un estatus similar al que ya tienen Euskadi y Navarra- la burguesía nacionalista se lanzó a una galopada secesionista a lomos del tigre de la izquierda radical, en una alianza que ha terminado por devorarles.

Lentamente, el fuego alumbra el escenario en todos su perfiles. Un Estado débil, desangrado por la aluminosis de los partidos constitucionalistas, los escándalos de corrupción de la derecha y la división de la debilitada socialdemocracia. Una nueva izquierda tolerante con el derecho a la autodeterminación y a las consultas soberanistas. Y un rompehielos independentista asentado en el Gobierno catalán, que da un paso tras otro en el terreno del enfrentamiento.

La presidenta del Parlamento catalán, Carmen Forcadell, está incursa en un presunto delito de prevaricación y desobediencia por su participación en hechos del proceso soberanista. Es la quinta imputada, de momento. Una alcaldesa de la CUP, Montse Venturós, acusada de colgar del balcón del ayuntamiento una bandera independentista, se ha negado por segunda vez a comparecer ante un juzgado alegando que es el pueblo catalán y no la Justicia española ante quien debe responder. Digamos que el número de desafíos sigue aumentando exponencialmente y que las autoridades catalanas autonómicas y locales comienzan una escalada de desobediencia en todos los órdenes. ¿Cuántos serán llevados ante la Justicia? ¿Cuántos serán inhabilitados o condenados a otras penas? Se podrá contestar que todos, pero todos son muchos. Tantos como para que, en esa hipótesis, estemos hablando de un proceso a la mitad de la sociedad de Cataluña, expresada en términos de representación política.

España afronta retos de carácter económico con una Europa a la que le debemos hasta los calzoncillos. Pero los recortes que nos esperan pueden ser el menor de los problemas ante el incendio que sigue creciendo sosegadamente en Cataluña. Un gobierno débil y unas Cortes estragadas por las divisiones es la peor munición para poder abrir un proceso de grandes reformas que reconduzca las exigencias políticas y económicas de los catalanes, si aún fuera posible.

Esta semana, medio centenar de personas agredió en Navarra a dos guardias civiles y sus parejas. Los mandaron al hospital. Después de Cataluña será el País Vasco. Y el último que apague la luz. La terrorífica explicación de la buena gente del lugar es casi peor que la agresión: "Pasaron por donde no debían". Y todo esto ocurre mientras la memez contemporánea naufraga en las peleas electorales. El perro flaco de España está lleno de pulgas.