Todos los de mi generación recordamos el "follón" que se formaba en nuestros colegios al llegar el mes de octubre. Era el mes del Domund -Domingo Mundial de la Propagación de la Fe- y era preciso prepararse para el dispositivo que se encargaría de recoger las aportaciones económicas de los ciudadanos destinadas a dicho fin. La cantidad de personas que ignoraban la presencia de Cristo en la Tierra era algo que la Iglesia tenía que intentar paliar -"Id por el mundo y proclamad el Evangelio…"-, por cuyo motivo recaba una vez al año la colaboración de los fieles. Recuerdo que un domingo de dicho mes centenares de niños recorrían las calles de nuestro país con sus mejores sonrisas, ante las cuales poca gente se resistía e introducía unas monedas en la hucha que se nos presentaba, esta casi siempre con la pegatina de un niño de color o chino.

El recuerdo anterior ha hecho que me pregunte cómo va a reaccionar la ciudadanía ante la llamada de este año. Han sido tantas las desgracias que se han producido a lo largo de los últimos meses, tantas las peticiones de ayuda lanzadas por diferentes países y ONG, tantas las llamadas de socorro realizadas por quienes han sufrido los efectos devastadores de terremotos, tsunamis, ciclones, etc., que mucha gente ha optado ya por encogerse de hombros y dejar que sean los gobiernos de turno quienes intenten atender en lo posible a tanto desgraciado, lo que resulta lamentable.

Y digo esto último porque podía decirse cuando la información no llegaba a nosotros sino a través del No-Do o de los informativos de Radio Nacional, pero hoy día el panorama es otro. Si una imagen vale más que mil palabras, creo suficientes las que nos ofrecen las televisiones de todo el mundo cuando una catástrofe sucede. Cuerpos arrastrados por riadas, poblados arrasados por tifones y erupciones volcánicas, inundaciones que nos hacen recordar las parábolas de Cristo sobre las construcciones junto a los ríos, etc., no pueden dejarnos indiferentes y, nunca mejor dicho, "cargarle el muerto a los demás". Todavía existe algo que se llama solidaridad, y somos los cristianos -en realidad deberíamos ser todos- quienes más ejemplo tendríamos que dar de ella. Por ello es necesario que el Domund no decaiga, que sea un día luminoso para todos los que aportamos nuestro óbolo, puesto que detrás de él está una labor inefable.

Y es que la empresa que desarrollan los misioneros cristianos a lo largo de todo el mundo no se ciñe ya a llevar la fe -nuestra fe- a quienes no la conocen -que también-, sino a transformarlos en "seres humanos", con todo lo que esas dos palabras significan. Educación y sanidad son expresiones que oímos y leemos en nuestros medios de comunicación a cada momento, siendo objeto de innumerables diatribas cuando consideramos que no son las adecuadas ni las que justifican los impuestos que pagamos.

Sabiendo esto -y lo sabemos puesto que, como antes dije, los medios de comunicación se encargan de que lo sepamos-, haríamos mucho bien y, siguiendo el consejo del papa Francisco -ese bendito que el cielo nos ha enviado- hiciéramos un esfuerzo -sí, uno más- y no dejásemos que la celebración del Domund sea una de tantas a las que la iglesia nos tiene acostumbrados. Los cientos de sacerdotes -y seglares- que han dedicado su vida a esta gran labor merecen nuestra ayuda. Ellos han dejado atrás las comodidades, sus familias y amigos, qué menos que corresponderles con nuestro óbolo para paliar en parte las privaciones que sufren. La generosidad de los canarios, seguro, quedará manifestada.