Se sientan juntos en el mismo pupitre. Mientras unos levantan la voz en clase, otros obedecen haciendo gala de una paciencia benedictina. Son los compañeros perfectos: se callan cuando se lo piden y no se ruborizan cuando les vacilan. Como buenos samaritanos, practican sin protestar la enseñanza de no responder al mal con otro mal, sino con el bien, siguiendo la estela del Sermón de la Montaña, aquel que predica el poner la otra mejilla.

Ellos han aprendido a retirarse siempre que sea posible para evitar una pelea, han logrado ejercitarse en el noble arte de perdonar para que la paz esté con todos. Son los buenos estudiantes de las escuelas decimonónicas, los de sobresaliente en religión y suspenso en matemáticas. Los alumnos que integran esta comunidad educativa son conocidos por todos, unos más divertidos, otros más aburridos y, algunos, demasiado tímidos.

Fernando es el jefe, el delegado de clase al que todos siguen aunque lo critiquen en la parte del fondo, donde se sientan los más golfos. Incluso, comentan que llegó a decir a sus compañeros de delegación y escritorio que se niega a hablar con medianeros, que a él con quien le gustaría pasárselo bien es con el de la clase de al lado, con el equipo de un chico muy listo que se llama Asier, por cierto, nombrado hace poco presidente del comité de jóvenes alumnos en sustitución de un tío poco fiable de nombre José Manuel. Fernando dice que sus verdaderos colegas son los de su clase, pero al final los deja plantados en el recreo y, en los pasillos, las collejas vuelan sin recibir la más mínima respuesta.

Ante un atropello de estas dimensiones, los de siempre enmudecen. Cuando la profesora le pregunta que por qué se comporta así, él siempre contesta que "lo hace jugando, que está seguro que su clase es la mejor posible y que su amistad va a seguir siendo inquebrantable por el bien de su curso". Luego, en el medio se sienta Carlos, un niño que se cambió del colegio popular a otro más del pueblo, y que cada dos por tres suelta alguna perla que genera nerviosismo en una clase demasiado acostumbrada a sus ironías. Incluso, llegó a vociferar que muchos de sus compañeros de clase solo venían al colegio por los bocadillos de nocilla, y no para estudiar y formarse; algo parecido a mantener el puesto solo por el sueldo.

La tiene cogida con Ornella y con Patricia, dos amigas que no saben ya la forma de contentar a un estudiante que muchos dicen que llegará lejos en la política. La situación en la escuela es insoportable, con peleas diarias que hacen comprometida la convivencia en una clase ingobernable. Tal es así, que Julio se amotinó, se hartó de esa cruz y cogió sus libros y tomó el pasillo central con rumbo al despacho de la directora; a Fernando, José Miguel I y José Miguel II se les cambió la cara. Los padres de Julio, Susana y Pedro, se están separando, sin embargo hicieron el esfuerzo de venir desde Madrid y pedir explicaciones: "Este colegio no es el que era, la última vez me dijeron que los iban a expedientar por estar molestando a mi hijo un día sí y el otro también, y luego aparecen en el patio jugando al fútbol como si nada hubiera pasado; se acabó, he hablado con los demás padres y nos los llevamos por un tiempo", se defendía Susana.

Al final, lo que importa es pasar de curso y, a ser posible, con buenas notas y sin molestar en clase. Esta es la historia de encuentros y desencuentros, de mentiras y desplantes de Coalición Canaria y PSOE en un Gobierno de Canarias que sufrimos todos. No son cosas de niños, aunque a veces lo parezca.

@LuisfeblesC