Algunos parlamentarios hacen gala, diciendo que tienen que elevar el nivel de sus intervenciones, entre ellos Pablo Iglesias, confundiendo nivel con argumentaciones relevantes, lógicas y certeras.

Y al escaparse de esos parámetros referenciales de lo que es una intervención parlamentaria de altura, se refugian en peroratas que califican de incendiarias porque es el insulto, las ocurrencias, las posiciones mediáticas y, sobre todo, mencionar algunas citas sobre personas extraídas de Google.

Generalmente, cuando se enfatiza sobre ocurrencias o en referencias personales, se está a las puertas de la descalificación del discurso cometiéndose un error, el peor de la discusión dialéctica.

Cuando se consideran los únicos poseedores de la verdad, desde sus pequeñeces arguméntales, y ascienden a la cima del monte Focida, como oráculos de Delfos, cuando tienen mucho que aprender, demasiado que estudiar, para llegar a donde pretenden y, además, carecen de trazos definitorios, estamos ante una mezcla de un camuflaje pseudo intelectual y de rampantes sofismas.

Los discursos incendiarios están bien para las plazas publicas donde el discurso se embosca en fraseologías mitineras, donde todo cabe y las soflamas alargan sus alas confundiéndose con las brumas del deseo. En los actos mitineros que muchas veces se acompañan de los programas electorales de los que compiten a unas elecciones, se descargan un sinfín de palabras y de frases enaltecidas que el personal expectante asume como suyas, como si bajaran del altísimo, creyéndose todo fervorosamente porque el que es hábil sabe como introducirlas en la conciencia de la multitud.

Pero cuando se pretende elevar el nivel hay que dejar atrás como rastrojos inservibles palabras ampulosas, gestos grandilocuentes, y ser capaz de armarse con el mejor de los discursos que es el ribeteado de elegancia . Y recordando a Azorín, la mejor recomendación para la elegancia es la sencillez. De la que carecen muchos adalides de la política, que no se percatan del desperdicio de sus palabras que solo argumentan una definición sobre si mismos. Pero eso sí, cuentan con la admiración de los que como curia encandilada van tras ellos, le aplauden y le dan palmaditas en la espalda diciéndole lo bien que lo hace y los estupendo que es.

En el ámbito parlamentario, no solo es necesario hablar sin papeles, ser un buen orador, con el énfasis y prosopopeyas adecuadas, dándole a las palabras su sentido significante y lógico, sino poseer la capacidad de convencimiento, no a los suyos, porque estos lo están, diga lo que diga, sino al resto que puede quedarse desconcertado al comprobar como es posible que palabras que transitan por los huecos vacíos del pensamiento sean capaces de llegar a muchos y ser recogidas como novedad del decir nada, y de abundar en lo viejo vestido con los ropajes de una frustrada modernidad.