Ejercitada, dijo Friedrich Schiller, es una guía más valiosa que el genio y la sensibilidad; la memoria, afirmó Wagner por su parte , y aún más si es colectiva, es una inspiración y exigencia del patriotismo. Las palabras del poeta y del músico alemanes definen a un colectivo que, sin consignas ni vanidades, reconoce y protege su pasado, lo mima y pregona en obras, hechos y gestos.

El 26 de octubre se evocó el Centenario del título de Villa otorgado "por el desarrollo de su agricultura, industria y comercio y su adhesión a la monarquía". La gracia real vino con retraso porque, en 1828 y a petición del ayuntamiento constitucional, se le otorgó provisionalmente - Villa de San Roque de Garachico fue su enunciado - pero no se oficializó por los siete mil maravedíes que Fernando VII exigió en contrapartida, según cuenta mi culta amiga Evelia Suárez, en un texto sobre el LXXV aniversario del decreto de Alfonso XIII, que dejó un recuerdo de bronce junto al Castillo de San Miguel. La archivera municipal, precisamente, leyó los expedientes y relató la satisfacción general que se tradujo en repiques de campanas y júbilos callejeros.

El alcalde Heriberto González Rodríguez -que mantiene su apuesta por la cultura y la herencia del pasado como activos públicos- abrió y explicó el sentido de un acto que reunió, con la corporación, a escritores, artistas y representantes de la sociedad civil. Tras el primer edil, y a su invitación, tomaron la palabra Lorenzo Dorta García y Juan Manuel de León Martín que, con Pascual González Regalado (pintor, historiador y promotor de iniciativas culturales), se sucedieron en la alcaldía y resaltaron la vigencia de la memoria, reflejada en una placa alusiva que se colocó en el salón de plenos. Cuando, frente a las demandas de la historia y sus hitos, el calendario se llena de olvidos y excusas, edifica comprobar que, a las órdenes del corazón, el alma y la gloria garachiquense, otras dimensiones del recuerdo común, ofrecen pruebas diarias con el orgullo y la seguridad de quienes habita un paraíso del que no pueden ser expulsados y de quienes saborean el deseo satisfecho que nadie puede arrebatarles. Somos nuestra memoria, escribió Jorge Luis Borges, aquel ciego que alumbró tanta belleza. En este caso, la palabra se hizo, se hace carne, verdad tangible.