Durante estos últimos meses plagados de espectáculos bochornosos protagonizados por todas las organizaciones políticas (unas con más arrebatos que otras), ha quedado claro que Mariano Rajoy no es el mejor presidente para afrontar la lluvia tormentosa que va a caer directamente sobre el tejado del nuevo Gobierno (ya hubo una granizada fuera del Congreso); que a Pedro Sánchez, el más significativo responsable del desastre que sufre España (después de Zapatero), ha renunciado a su escaño en el Parlamento amenazando con que volverá. Ignora que murió políticamente desde el "no es no"; que Albert Rivera navega como muletilla útil por las aguas de la inmadurez; y, por fin, el universitario chavista, Pablo Iglesias, ha mostrado sus cartas marcadas por los horrores del estalinismo y por una enfermiza necedad que le hace soñar con el poder. Ha utilizado a violentos con las caras tapadas (indicativo que define a ultras, de derechas o izquierdas), para reventar una conferencia de Felipe González, desenmascarándose a sí mismo al proyectar su personalidad peligrosa, peligrosa porque se apoya en esos energúmenos que asaltaron el aula "Tomás y Valiente", prointelectutal de España, asesinado por los terroristas vascos, respetado no solo en el ámbito de la Justicia sino por toda las gentes de buena fe. Un asalto fascista a la facultad fue aplaudida en diferentes medios por la ex pareja de Tania Sánchez, antigua y bella segunda mandamás en la formación de Podemos y, curioso, tiene el mismo nombre propio de la pareja del Che Guevara. Estos hechos tozudos y perversos no conducen a una situación idónea para nuestro país. El bloqueo ha servido para que el elector continúe estupefacto comprobando cómo una multitud de arribistas ha pasado diez meses sin trabajar, cobrando unos irritantes sueldos. Vergüenza nacional que ninguno de los miles de políticos trincones se ha atrevido a denunciar o a renunciar esos emolumentos.

En España se ha producido una decisión que en el resto de Europa está normalizada desde siempre: la oposición facilita el Gobierno al partido más votado. Aunque los socialistas-obreros están fracturados absolutamente, tuvo que llegar desde Asturias un casi desconocido Javier Fernández, presidente del Principado, a recordar a los más radicales lo que significa responsabilidad, girándoles hacia una cohesión hasta entonces imposible, incluso malcriada e inculta. Después de la votación en el Comité Federal, Sánchez publicó un tuit con el siguiente mensaje: "Pronto llegará el momento en que la militancia recupere y reconstruya el PSOE". Es el mejor consejo, sobre todo para Iceta, azuzando las hogueras personalistas que no contribuyen sino a debilitar aún más a esa formación política. Así no se llega a la unidad que tanto le conviene al PSOE, sino también a la España política que necesita de una oposición fuerte que frene esa perniciosa mayoría absoluta con la que han ofendido algunos aún partidarios del "amigo de Hitler y Mussolini", unos en la cárcel y otros muchos que están a punto de entrar en ella después de ganarse a pulso el calificativo benigno de golfos. ¿Y ahora?.

Este nuevo Gobierno, con caras diferentes y el apoyo puntual de los que votaron abstención, tiene que afrontar una multa de 5.000 millones y una deuda pública de 19.000, lo que supone que España ha alcanzado 1.107 billones de euros de déficit, cifra récord. Y, por supuesto, Europa discrepa del optimismo del equipo económico español porque, entre otras medidas, no se ha producido ninguna que adelgace todas las administraciones de nuestro país, que implante una urgente reducción de sueldos millonarios, que se toque a las puertas de las grandes empresas y entidades bancarias. No es demagogia. Pero, ¿cómo pueden coexistir sueldos de 500.000 euros anuales (y nos quedamos cortos) con otros que llegan a los 3.200?.

Mientras, en Canarias se han peleado por enésima vez los neonacionalistas y los socialistas-obreros por quítame allá un echadero. Soslayando nombres y apellidos, es difícil enchufar a ciertas personas al margen de la política. Fuera de este ámbito, se quedan sentaditas en medio de la calle sin saber qué hacer.