Para entonces había conocido a miembros de todos los partidos de la clandestinidad: lo que no era difícil si te movías por determinados círculos, o simplemente por el Casco Viejo bilbaíno. Allí acababan todos. No conocía sin embargo a nadie del PSOE. Al primero que vi fue a Felipe González, un sábado de enero de 1976, en el hall de la Facultad de Económicas de Sarriko, porque de allí no pasó: sufrió un escrache a cargo de "civilizados" socialdemócratas abertzales, ligados entonces al entramado cooperativo de Mondragón. Le sacaron en volandas. Unos meses después, ya vi a los primeros militantes (serios treintañeros) repartiendo octavillas en el limbo de la Transición.

Yo asocio militancia al antifranquismo, clandestinidad y actividades ilegales muy concretas, que la Transición fue difuminando. A comunistas menos, por sus cuadros y necesidad de control e influencia tan típicamente leninista (y jesuita), y transubstanciación tranquilizadora mediante sus agrupaciones, pero sí a extrema izquierda y abertzales, "partidos de masas" como se decía.

No sabía yo que el PSOE tuviera militantes, básicamente porque no imagino que es lo que podrían hacer: ¿proselitismo, lanzar octavillas, pintadas, manifestaciones, huelgas...? ¡Ah: cercos! No se me ocurren otras cosas. Ni siquiera a los parroquianos de las casas del pueblo, si existen todavía, los veía como militantes.

Donde dicen militantes hay que poner relajados afiliados, sin más derechos y obligaciones que la participación interna y asistencia a votaciones para sus órganos, y pago de cuotas. A eso que se llama democracia representativa. Es muy posible que el PSOE haya tenido muchos más cargos públicos y orgánicos, y asesores en la democracia que afiliados tiene ahora. ¿Realmente un partido de masas o de cuadros, cargos, asesores...? Algo, con todo, inobjetable. Lo que resulta infantil es esa apelación a falsos militantes y subliminalmente al asambleísmo, como suprema fuente de legitimidad. Propio de irresponsables que ignoran los mandatos democráticos.

Confundidos pugnaces militantes con acomodados afiliados, el otro craso error de concepto es desvirtuar y pervertir la democracia representativa que regula el sistema institucional del país y la vida orgánica de PSOE, con aquelarres asamblearios. Que son el marco natural para la demagogia, la consigna, el desparrame emocional, el vocerío bronco y la proscripción de la racionalidad. Lo que ahora se exhibe en el Congreso para desahogo hormonal de esa numerosa masa de adolescentes que lo puebla.

Mis hijos estos días, después de salir de trabajar, van casa por casa en Washington pidiendo el voto para Hillary, y no militan. ¡Qué cosas!