Desde hace un tiempo, agudizado por los vientos de la crisis, se viene produciendo un preocupante fenómeno. Cuando sale una licitación de obra pública, algunas grandes constructoras realizan bajas absolutamente increíbles sabiendo que el criterio es dar la concesión a quién se comprometa a hacer el proyecto por menos dinero.

Las obras del nuevo Hospital del Sur están paralizadas. La empresa adjudicataria, Sacyr, acudió al concurso, convocado por el Gobierno por una inversión de diez millones y medio de euros, y se comprometieron a hacerla por algo menos de ocho millones. Con una rebaja del 25% sobre lo presupuestado, naturalmente ganaron. Las obras empezaron en junio y a los dos meses, en agosto, la adjudicataria pidió un aumento del presupuesto del 10%. ¿Qué causa sobrevenida puede justificar un incremento de más de un millón y medio de euros? Difícil de explicar.

Lo de las bajas temerarias es una coña. La administración tiene que poner siete ojos para que no se absorban en la peor calidad de los materiales. Las grandes empresas, que tienen más pulmón financiero, tiran a la baja y dejan fuera de concurso a las pequeñas. A veces, después de ganar, subcontratan al paisanaje local, condenado a coger las sobras del plato al cualquier precio. Y si no, siempre queda apretar para que se ponga más dinero, como es el caso.

Cabría preguntarse si los técnicos de la administración son tontos del bote. Si hacen un presupuesto ajustado de diez millones y alguien dice que lo puede hacer por un 20% menos o los están dejando muy mal como profesionales o es evidente que alguien se está soltando una ventosidad más grande que el orificio del concurso. Pero lo que manda en las adjudicaciones es el criterio de los interventores, que inspirados en las directrices de contratación pública que rigen en la Europa comunitaria, se fijan única y exclusivamente en la pela.

No es extraño, entonces, que si no se ponderan las cosas -por ejemplo las bajas- acabemos con casos como el del Hospital del Sur: una obra adjudicada y paralizada que va a terminar como el rosario de la aurora, en un largo proceso jurídico que dilatará su ejecución durante meses y meses. Por otra parte, todo el discurso de la apuesta por la creación de empleo local, por fortalecer a las empresas de las islas y por fomentar la economía propia, se queda reducido a un discurso de buenas intenciones que nada tiene que ver con la realidad.

En todos los sectores se producen alianzas entre empresas locales y grandes firmas españolas transnacionales. Eso no es malo, sino muy bueno, porque permite a las empresas locales adquirir calificaciones y nuevas capacidades. Pero el marco en el que se debe producir esta sinergia es el del mutuo beneficio. Las ofertas irreales que hacen algunos grandes licitadores, que todos saben que no pueden cumplir -ellos y el adjudicador- es inaceptable. Y las revisiones de precios una puerta trasera. Alguien debería tomar buena nota para impedir este tenderete. Nadie ofrece duros a dos pesetas. Y quien se lo crea es idiota. O más listo de la cuenta.