Pues no. Estoy segura de que aquellos que rondamos o sobrepasamos los cuarenta recordamos cómo en nuestra infancia, al requerir algún privilegio que obtenían los mayores, se nos decía: "Cuando seas padre, comerás huevos"... Y allí aprendíamos a callar y a respetar, asimilábamos cierta frustración que se repetía en diferentes ocasiones, supimos que no era no y no se protestaba. Los mayores infundían respeto.

¡Cómo han cambiado los tiempos!

Testigos de ese cambio son los maestros o profesores de escuela, escuchas sus comentarios con asombro de cómo los alumnos han pasado de un extremo al otro. De cómo antes el alumno trataba al profesor respetando una jerarquía vertical, y ahora reina la ley horizontal, donde todos son iguales y, en algunos casos, incluso se sobreponen a ellos, invirtiéndose el orden. El alumno manda o pretende hacerlo.

¿Qué puede haber ocurrido?

La figura del hijo en la familia ha variado con los tiempos. Antiguamente la familia tenía muchos hijos, la madre trabajaba en casa y el padre era el sustento de esa familia, por eso había que cuidarlo y que estuviese bien alimentado, de ahí la expresión y que fuese él el que comiese los "huevos". Con la entrada de la vida moderna, hay cambios en la familia, aumenta el poder adquisitivo, los dos trabajan, o deben trabajar para mantener el hogar y el número de hijos desciende. El hijo empieza a cobrar más relevancia en la familia, quizás por ser menos y proyectar en ellos los deseos frustrados de los padres. Sí, esos deseos frustrados, ahí va la respuesta al qué ocurrió.

En otra época se crio en la precariedad, nuestros padres fueron amamantados con la austeridad de las emociones, las necesidades más básicas se cubrían con mucho esfuerzo, reinaba la supervivencia. Evolucionamos y revolucionamos con los cambios que surgen desde las necesidades no cubiertas, las emociones, el amor y la expresión del mismo. El sentirse bien consigo mismo, el disfrutar de la vida... ¡Términos que cuando leemos son tan familiares! Ahora sí, pero no antes.

Existe una tendencia innata en el ser humano a satisfacer esas necesidades, y los hijos de los padres que se comieron los huevos, cuando tienen sus propios hijos, no quieren que sufran lo que les tocó a ellos. Neveras llenas, juguetes, ropa, estudios, que no les falte de nada. La figura del hijo ha pasado de ser lacayo a príncipe. Y entonces, actualmente, ¿cómo pasa a ser el rey de la casa?

Sumidos en una sociedad y cultura del bienestar, donde cada día se tiene que ser más y mejor, se aumenta lo dado anteriormente. Se tienen uno o dos hijos y en ellos se deposita todo su amor o proyección. Separaciones y/o exceso de vida laboral, donde se juega a dar a ese hijo todo lo que la culpabilidad de la situación demande, hace que la educación en responsabilidad y valores cueste más cada día. Al hijo se le dará todo y más, aprende que se le debe dar por obligación o costumbre, convirtiéndose en el rey de la casa, donde en algún momento podría reinar la tiranía.

La figura del padre moderno se transforma en la idealización de esa paternidad, entendida como esos padres rodeados de éxito, felices, llenos de vida social, activos, deportistas, bien conservados, amigos de sus amigos... y de sus hijos.

Nadie dijo que ser padre fuese fácil; es más, es la tarea más complicada que tenemos, no solo debemos estar bien equilibrados nosotros, sino aportar ese equilibrio a nuestros hijos. Debemos prepararlos para la vida, que sean fuertes, que estudien para que tengan más opciones, que hablen idiomas para ampliar las oportunidades, que sepan comportarse y que tengan buenos valores. Los resultados que se están obteniendo no son muy alentadores, vemos casos como "una torta a tiempo" se puede convertir en denuncia, que adolescentes en medio de su caos personal pueden caer en el mundo de la droga, oímos sobre peleas y acoso en los colegios, noticias donde el alcohol en edades tempranas, el miedo o la angustia a que nuestros hijos pasen por experiencias que puedan afectarles reina en la casa. Intentamos protegerlos.

Queremos que el breve tiempo que pasamos con ellos sea de calidad, que confíen en nosotros, que nos cuenten sus cosas para poder así aconsejarles, que vean en nosotros un apoyo. Quizás lo hacemos a destiempo, o quizás no. Quizás tenemos hijos maravillosos o quizás están pasando por momentos complicados. Son nuestros hijos y los conocemos. Ellos también a nosotros. Han aprendido a sacar su beneficio, sin saber si es bueno o perjudicial. El respeto y los valores no pueden perderse. El afecto es primordial. Aprendemos con ellos y ellos aprenden con nosotros. Si nosotros estamos perdidos, ¿cómo están ellos?

Si queremos hacer unos adultos capaces y felices, evitando que pasen por las circunstancias que podrían afectarles. Si queremos ofrecerles una vida mejor. Entonces, ¿en qué estamos acertando y en qué nos estamos equivocando?

*Psicóloga y terapeuta sexual

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