¿Quién no se ha sentido trasportado a un lugar preciso al oír una determinada canción? ¿Por qué guardamos objetos inútiles como recuerdos preciados? ¿Para qué llevamos un anillo o una pulsera concreta? Lo explica bien Ernesto Sabato cuando escribe que "el hombre hace con los objetos lo mismo que el alma realiza con el cuerpo, impregnándolo de sus anhelos y sentimientos".

Y es que el misterio -lo espiritual, lo fantástico- forma parte de lo real, del mismo modo que también lo hace lo material. "La presencia del hombre se expresa en el arreglo de una mesa, en unos discos apilados, en un libro, en un juguete", nos dice, otra vez, Sabato para expresar ese entrelazamiento entre lo visible y lo simbólico sin el que la existencia queda mutilada, como vista sin todo su relieve. "Ciegos para el misterio / y, por lo tanto, tuertos / para lo real", rezan los geniales versos de Claudio Rodríguez.

Estas consideraciones han venido a mi pluma por la lectura de El sol del más allá y El reflujo de los sentidos, un nuevo libro de poemas de Ana Blandiana. Esta poeta rumana es una auténtica leyenda viva, pues durante los años de la represión comunista fue una luchadora por la libertad: a los diecisiete años, tras publicar su primeros poemas, fue declarada enemiga del pueblo por ser hija de un sacerdote ortodoxo; y cuando por fin pudo licenciarse y publicar otros relatos y poemas, a pesar de obtener diversos reconocimientos internacionales, de nuevo fue prohibida por Ceaucescu y estuvo vigilada policialmente. En definitiva, su vida constituye un "símbolo de valentía e integridad moral ante un poder totalitario", como la describe Viorica Patea, su traductora al español.

También para Blandiana, "lo fantástico no se opone a lo real; es solo su representación más llena de significados". De esta manera, a través de su prosa y de poemas en los que funde fantasía y realismo, ha sabido transmitirnos unas ideas capaces de vencer a las dictaduras culturales. En nuestro caso,eso que Sabato definirá como "un monstruo de tres cabezas: el racionalismo, el materialismo y el individualismo".

Para explicar la necesidad de asociar la espiritualidad a las cosas con el fin de vencer al utilitarismo materialista, doblegar el consumismo y mirarlas con creatividad me serviré del poema "Reserva" de Blandiana: "Caballos y poetas / Belleza de un mundo / vencido por la técnica (...) / Cada vez más escasos, / Cada vez más inestimables / En un futuro / Sin ellos / Invisible en sí mismo". El caballo es símbolo de la independencia crítica y, por tanto, de la libertad; y el poeta, de la espiritualidad que supera la mirada materialista: sin ellos, el mundo sería muy pobre, invisible; de modo contrario, el ser humano libre y espiritual resulta necesario, inestimable.

Además, cuando se afronta la vida con mirada supramaterial, se supera el individualismo. Y nace la palabra sincera que nos vincula con los otros estrechamente. Blandiana lo refleja en su poema "Sin saber": "Por supuesto que no me parezco / A ninguno de esos tejedores de palabras / Que tejen trajes y carreras, / Vanidades y orgullos / ¡Qué bien vistes!, me dicen, / ¡Qué bien te va el poema!; / Sin saber / Que los poemas no son mi vestimenta / sino mis huesos".

Por último, se alcanza la apertura a lo trascendente. Por encima del rancio racionalismo y del mundo supertecnificado, esta poeta rumana oye una voz sobrehumana y nos transmite esperanza, también para los jóvenes:

"Ellos pasan patinando / Con los auriculares retumbando en sus oídos, / y los ojos clavados en las pantallas, / sin advertir que las hojas caen (...) Ellos pasan sobre patines / Entre las sombras de la realidad / Que creen que existen (...) / Mientras, Dios desciende entre ellos / Y aprende a patinar / para poder salvarlos".

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