Los socialistas y nacionalistas van a tener que tomar una decisión. Y si es posible a no tardar. O se deciden a gobernar juntos lo que queda de legislatura o más vale que se manden mutuamente al carajo. Pero no a plazos, como están haciendo, porque vaya espectáculo que están dando al personal.

Ayer, en el Consejo de Gobierno, se escenificó la penúltima escenita entre los socios de esa rechufla que algunos siguen llamando pacto de gobierno de Canarias. Los socialistas hicieron mutis por el foro cuando tocó aprobar el reparto de los dineros del IGTE contemplados en el FDCAN. La razón no importa tanto como las formas. Los criterios de repartos estaban aprobados hace dos meses. Pero la ausencia de los cuatro consejeros socialistas se explica mucho mejor porque el deshilachado paraguas del acuerdo con el que se mojan los ayuntamientos ya ni siquiera cubre al Gobierno. Tal vez porque el PSOE en Canarias ha escuchado en Madrid la música celestial de un PP que podría estar dispuesto a lavarse las manos y ponerse en la esquina neutral si aquí en Canarias se lía la de dios es cristo.

Que los nacionalistas no hayan podido apoyar mociones de censura en el Puerto de la Cruz o Arico, para colocar alcaldes del PSOE y restañar los daños de Granadilla, es solo el telón de fondo. Uno esperaría que se las devolvieran en La Laguna, donde ya están trabajando activamente en ello. Pero la actitud radical de los socialistas, llevando hasta el Gobierno los desamores municipales, parece demostrar que tienen más alternativas abiertas. Igual saben que al PP de Canarias no le dejarían pactar con los nacionalistas. O incluso pueden llegar a pensar que la puerta está abierta para un asalto a la Presidencia.

Rodríguez Fraga se va a estrenar en la gestora con una ciclogénesis explosiva de consecuencias incalculables. El segundo acuerdo entre CC y PSOE se debió firmar renunciando a los pactos en cascada, porque lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Pero no fue así. Ahora el escenario ha cambiado y las turbulencias han alcanzado los niveles más altos de la atmósfera política: el propio Gobierno. La contundencia de los consejeros socialistas dando airados portazos no se explica demasiado bien si no tienen, en el coche de los pactos, una rueda de repuesto.

Sería una curiosa ironía que los nacionalistas de Lanzarote y Fuerteventura, opuestos a cualquier pacto con el PP, vean ahora cómo el PSOE les adelanta por la derecha. Y nunca mejor dicho. Escenificar públicamente las discrepancias de un Consejo de Gobierno por muy turbulento que sea, convirtiéndolo en mercadería mediática, es una puñalada al corazón del pacto regional. O los socialistas canarios están dispuestos a marcharse a la oposición o están dispuestos a marchar hacia un nuevo Gobierno, para lo que inexcusablemente necesitan liquidar el actual.

Resulta difícil pensar que la detonación de ayer se deba solamente a una mera diferencia en el reparto de los fondos de inversión regionales. Hay más de un gato encerrado en esa caja. Y esta vez se va a soltar o para un lado o para el otro.

Si un joven militar de derechas hubiera derrocado a la dictadura de Fulgencio Batista… Si se hubiera perpetuado durante más de medio siglo en un régimen político de partido único y sin convocatoria de elecciones… Si a modo de dinastía faraónica hubiera cedido en vida todos los poderes a su hermano, para que continuara con el régimen gerontocrático, perpetuando el control sobre el ejército y de la policía… Si todo eso hubiera ocurrido, la izquierda europea lo condenaría contundentemente y sin dudar un segundo. Pero si el joven militar se llama Fidel Castro, entonces todo cambia. Porque es un mito. Porque no es igual una dictadura que una revolución, aunque en ninguna de las dos haya libertades y elecciones. Las dictaduras son de derechas. Y las revoluciones de izquierdas. Franco fue un dictador. Castro un revolucionario. El lenguaje es el perfecto colorete moral con el que algunos intelectuales progres maquillan sus cadáveres exquisitos.