Es evidente que comparado con la época de la Convención, jacobinos y comités de salud pública, nuestra situación es palmariamente superior. No hay sangre como en la Revolución Francesa; esta época lo impide. Pero no hay menos odio, sino un odio rampante y caudaloso, siempre latente, a veces desbordado: un odio- guía. La muerte de Rita Barberá puede verse como asunto individual de una gran corrupta (sin juzgar, que como sabemos es lo de menos), o como la conjura inconsciente de políticos y periodistas para someterse fielmente a una sociedad, convertida de súbito en intolerante con la corrupción, la misma que cuando el dinero público se quemaba y brotaban primaverales los enchufados jamás apreció nada. No consta ni una cautela, ni prevención, ni alarma; cuando casi nada cuadraba y los despilfarros parecían obedecer a una máquina que creara intempestivamente dinero. El futuro se despreciaba, los adolescentes se sumaban al ansia de dinero. Todos a su escala esperaban sus oportunidades. Hasta que el mundo cambió en 2008 en EE.UU., y se decretó el fin de fiesta.

Sinceramente, entre las sociedades que admiro no se encuentra la española. La misma que se volcó en nuevas fantasías gracias al esclarecido Zapatero, como fue la deconstrucción de España, y con la intención de revertir la guerra civil, se impuso la excavación tras restos óseos "buenos" por todo el territorio, como poseídos de una fiebre aurífera. Un delirio seguía a otro. En absoluto considero que la clase política sea un cuerpo extraño a nuestra sociedad, sino el más propio. Ahora es época de predicadores y regeneracionistas. El pueblo, frustradas sus alegrías, se ha enfurecido y ha descubierto la pulsión ética. En otras sociedades o momentos históricos los dirigentes políticos han tenido autoridad moral y liderazgo, para defender sus ideas y posiciones sin amilanarse ante las requisitorias de los nuevos "sansculottes" o lumpen. O si no, los periodistas, al mantener una línea que jamás abdicaba de su espíritu crítico con análisis rigurosos, persiguiendo con ellos ejercer cierta pedagogía cívica y moral. Ninguno de estos grupos consideraba entre sus imperativos éticos descender a los estados de ánimo de tabernas y mercados, falsas compasiones, ni hacer seguidismo de los humores de las masas. Era preferible mostrar un pensamiento influyente por luminoso e independiente, que buscar el aplauso fácil de los conversos. Menos: integrarse en nuevos comités de salud pública.

La persecución a Barberá por tierra, mar y aire era tan natural y merecida… El bien y el mal. Marduk y Tiamat.