No es fácil contarle a tu amigo imaginario que las velas no te dejan pintar. Tampoco, intentar encender el interruptor y darte cuenta que por mucho que insistas no se va a encender. Se asoma a la ventana y se entretiene contando la inmensidad de las luces de la calle, aquellas a las que todas las noches invita a su casa y nunca aparecen, sin llegar a entender por qué siempre rechazan el ofrecimiento.

Los dibujos de la tele siempre llegan tarde al salón de Olivia, al igual que la comida a su nevera. Con 12 años le encanta su cole. Le cuenta a sus abuelos que le ponen unos desayunos de princesa, y sonríe cuando desde bien temprano se toma el vaso de leche y su bocadillo. A sus compañeros de clase les narra con la inocencia de su edad que una vez en semana va con sus padres a la parroquia a buscar regalos; es de los días más felices porque vuelve a probar sus galletas preferidas, sus yogures de limón y alguna que otra camiseta con los dibujos de su serie favorita.

Sabe que los curas se portan bien con ella; sin embargo, no le gusta tanto cuando tiene que esperar a que su madre venga del Ayuntamiento con un papel y sin regalos. Le preocupa que sus padres no esperen la cena. Nunca tienen hambre cuando el reloj avisa que toca engañar al buche; no entiende la razón por la cual a esa hora se les cambia el humor; tampoco, que siempre que la invitan a un cumpleaños tenga que hacer la tarea. Recuerda cuando jugaba a oírse los ruidos que salen del estómago, una sensación divertida al principio, pero aburrida cuando el juego se prolonga tantos días en semana.

No se va de vacaciones porque mejor se está en casa que en ningún sitio, jugando a ducharse con agua fría y esperando a que gane el primero que se duerma. Echa de menos ir al cine, comer fuera y celebrar su cumpleaños con su casa llena de regalos, pero sabe que unos señores que no conoce decidieron cambiar un cuento feliz por una película de terror.

Olivia no lo sabe, pero mientras los políticos de su isla recorren en guagua las colas de la TF-5, su tierra lamenta en silencio que más de 100.000 niños en Canarias se encuentren bajo el umbral de la pobreza. Mientras unos olvidan los verdaderos problemas del Archipiélago en disputas partidistas por ostentar los sillones del Gobierno, el 80% de los niños pobres lo será de adulto. A Olivia y a la vecina de su barrio no les van a poder explicar que los mismos que se sacaron la foto con ellas en las elecciones hayan permitido que la tasa de pobreza en el Archipiélago afecte al 28,5% de su población, un porcentaje cuyo promedio nacional es del 22,1%.

Cuando sean mayores, tampoco perdonarán cómo el 47% de las familias monoparentales dispone de un presupuesto mensual de menos de 600 euros, y el 90% cuenta con unos ingresos por debajo de los 1.000 euros al mes. Sus madres no absolverán a los que miran hacia otro lado cuando las temidas estadísticas recuerdan que el 53% de las mujeres que encabezan familias monoparentales está desempleada, frente al 22% de media, y siete de cada diez llevan más de un año sin trabajar.

Olivia le contó a su amigo imaginario que no se preocupara, que seguirán luchando juntos hasta conseguir que las luces entren por su ventana.

@LuisfeblesC