Lo decía la pasada semana, aludiendo a las sonrisas beatíficas que se adueñan de los rostros que han permanecido hoscos el resto del año -la Navidad trae consigo ese antídoto contra la indiferencia y el desarraigo del ser humano-, dicho sea en nuestra vertiente católica, porque en otros lugares de distintas tradiciones apenas son perceptibles, salvo en lo comercial, ya que la cultura oriental sí tiene en cuenta el calendario gregoriano para enviar y poner a la venta todas sus producciones en el lado occidental donde se celebra el nacimiento de Jesús. Más asimilado, por ende, lo tiene la producción nacional, con la proliferación de catálogos de toda índole, que son como los escaparates de antaño que salíamos a contemplar a las calles más comerciales de la ciudad. Ahora nos los traen a casa para que ni siquiera nos dispongamos a callejear como entonces. Tampoco la informática se queda corta, ni los medios audiovisuales con anuncios sabiamente madurados para que generen atractivo o rechazo, pues son dos fórmulas publicitarias ensayadas con éxito por su contenido subliminal, donde lo importante es recordar el producto ofertado.

Pero no me trae aquí hablar de lo ajeno, sino reivindicar lo nuestro dentro de las propias posibilidades, ajenas a las ventajas que otros consiguen de forma remunerada. Por ello destaco gracias a la gentileza de esta Casa, la más leída de Canarias, nuestra producción vitivinícola, con prestigiosos caldos que compiten fuera de nuestras fronteras y obtienen meritorio reconocimiento entre todos sus competidores foráneos. Tampoco lo son menos nuestros quesos locales, que regresan triunfales de la World Cheese Awards 2016 con casi una cincuentena de premios, y cuya comercialización nos resulta casi ajena por su corta producción. Porque la distribución de un producto resulta siempre un reto tan complicado como el de su elaboración inicial, y en ese aspecto nuestra situación geográfica no nos lo permite con entera libertad. ¿Y cuál sería al menos una solución paliativa? Pues la obligatoriedad de los establecimientos alojativos o de restauración para que tengan una carta de vinos y derivados lácteos autóctonos. A mí, por ejemplo, me acaba de sorprender que una reconocida superficie comercial haya publicado un catálogo de más de 350 vinos, en donde los de origen canario no llegan ni a media docena. Bonita manera de promocionar lo nuestro. Y si hablamos de quesos, pese a tantos premios obtenidos, más de lo mismo.

Llevamos en nuestros genes la memoria culinaria entresacada de los guisos de nuestras madres y abuelas, que son la mejor justificación para reunirnos y degustarlos al menos una vez al año alrededor de una mesa, como acto de mutuo afecto y para hacer balance del mismo, porque la fragilidad de la vida nos lo ha concedido como un regalo que yo diría el mejor, pues nos permite continuar experimentando la llegada a la meta de estas fiestas que componen la Navidad. Un tiempo para muchos de creencias y de amor fraternal, mientras que para otros supone el subterfugio político o económico para lograr las ambiciones personales o partidistas.

Concluirá el mes, porque el tiempo no renuncia a su andadura, y nosotros anotaremos una vivencia más en nuestro diario de derrota, que lo será en función del conformismo intrínsecamente personal, porque nuestro único bagaje, repito, es el poso de experiencias y el propósito de enmienda para tratar de intentar ser algo mejores, dejando a un lado el egoísmo, que no nos deja ver el bosque que nos rodea cada nuevo día, con sus luces y sus sombras. Felices fiestas a todos, que ya comienzan.

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