En los albores del siglo XX, Marie Curie se afana en un hangar abandonado que hace las veces de laboratorio. Se afana y se desgasta hasta la extenuación para extraer el radio que se halla en la pechblenda, del que hacen falta varias toneladas para obtener apenas unos miligramos de radio lo suficientemente puro. En esos días de su historia, Marie ya está tras la pista de lo que tiempo más tarde supondría un descubrimiento de primer nivel, el desarrollo de la teoría de la radiactividad y un Nobel en Física (que no sería el único). Reconocimiento, popularidad, prestigio, admiración. Todo eso lo vivió la científica polaca. Y también lo que vino después. El escándalo público cuando se enamoró de Paul Langevin. Una tormenta devastadora sí, pero no un "hundimiento existencial", como lo define Françoise Giroud en una de las narraciones de la vida de Marie Curie que más me gustan.

Ahora, releyendo sus páginas, encuentro unos pasajes deliciosos, estremecedores otros. El recorrido vital de Marie Curie es, sobre todo, eso: vital. Tenaz, convencida de su propia valía, Marie lo expresaba rotunda por carta a su hermano: "La vida, al parecer, no es nada fácil para ninguno de nosotros. Pero hay que tener perseverancia y, sobre todo, confianza en sí mismo. Hay que creer que se está dotado para alguna cosa y que esta cosa hay que obtenerla cueste lo que cueste. Acaso todo saldrá bien en el momento en que menos lo esperemos". Probablemente sin ser consciente del todo o sin saber muy bien en qué quedaría su titánico esfuerzo, se muestra decidida y aborda un trabajo de envergadura.

Verter, disolver, filtrar, precipitar, recoger, disolver... Y volver a empezar. La tarea la deja "rota de cansancio", sin embargo, la científica encuentra en su desempeño "esa cosa" para la que está dotada. Y así, la periodista francesa autora de esta biografía que conservo desde hace años describe aquel entorno austero y sobrio que rodea el durísimo trabajo de Marie Curie con kilos y kilos de pechblenda: "Orden, disciplina, silencio -no soporta el ruido-, felicidad también. Felicidad absoluta".

Luego vinieron los aplausos, los premios y todo lo demás. "El éxito", "la gloria", he leído en otros textos. Cuenta Rosa Montero en "La ridícula idea de no volver a verte" que a Marie "debía de gustarle el éxito (...) no ya por humana pero hueca vanidad, sino porque ese éxito, en ella, suponía el reconocimiento de quien era. En este libro original en el que la escritora cruza "coincidencias" -historias personales y emociones con las historias personales y las emociones de Marie Curie-, Rosa Montero concluye que el éxito en esta mujer suponía que "por fin la admitían, por fin conseguía ser vista después de tanta lucha".

Otras miradas se depositan en el Nobel, en los Nobel mejor dicho. En el resplandor o el esplendor de los premios. O en las extraordinarias aplicaciones de sus descubrimientos. Y a mí me llama la atención al leer a Giraud y a Montero, cómo a la científica le dice poco el lustre de los galardones. Marie anda más interesada en las consecuencias prácticas: laboratorio mejor equipado, más instrumental, nuevos alumnos. Más investigación, más estudio, más aprendizaje. El éxito para ella -me parece entender- es más esa realización personal que da sentido al esfuerzo y al desgaste. Un éxito que supone reivindicarse y ocupar su lugar en el mundo científico.

"Acaso todo saldrá bien en el momento en que menos lo esperemos", escribía Marie, en plena superación de obstáculos. Ese "acaso", ese "tal vez", "quizás", previene las decepciones y deja abierta la posibilidad del resultado esperado. Mientras tanto, -parece decir- vamos a la faena con lo mejor que tengamos.

@rociocelisr