"¿Y si fueran sus últimas navidades?". Estoy viendo un vídeo que en estos días me ha llegado por WhatsApp. Lo presentan como un experimento social que publicó a mediados de mes una fundación llamada Generación 2015, la generación de los "millennials", que son los jóvenes que ahora tienen entre dieciséis y treinta años. No me extrañaría que lo hayas visto, en el momento de escribir el artículo tiene casi tres millones y medio de visualizaciones en YouTube. La experiencia consistió en preguntar a veintisiete jóvenes quiénes son las personas más importantes de sus vidas y cuáles son los regalos que les han elegido para este año: teléfono móvil, bastón, videojuego, música... La cosa cambia con la pregunta cuando se añade la posibilidad de que les tocara la lotería. Entonces, el coste de los regalos que harían se dispara entre ellos: casa rural, casa de playa, casa céntrica..., un Rolls Royce, una moto de carreras, un gran viaje... El giro del experimento llega cuando les preguntan: ¿y si estas Navidades fueran las últimas de esas personas queridas?

Algún suspiro, algún "uf", "ehh...". Las respuestas se toman un tiempo. Sí, yo también exhalaría un "uf". Imaginarlo te deja mudo. Cuando se arrancan al fin, los regalos son otros: "Lo llevaría a que me viera jugar al fútbol...", "reuniría a la familia", "le regalaría mi tiempo", "a mí...". El vídeo, que lo han movido en las redes con el "hashtag" #yocambiomiregalo, recoge también las reflexiones de algunos de ellos después de someterse al experimento: "Vivimos como borregos, todos hacia adelante sin mirar hacia los lados, sin disfrutar los momentos de la vida, las pequeñas cosas".

Parece que cuando logramos apearnos un segundo de este carrusel en el que estamos, en ese instante el valor que otorgamos a según qué cosas es distinto, tiene otro calibre. Y vinculamos nuestro bienestar a lo más elemental, a lo que menos artificio requiere: estar juntos, ese tiempo vivido compartido.

Dan Gilbert es un investigador de la Universidad de Harvard que estudia el funcionamiento de la mente y la felicidad en las personas, e insiste en hacerlo desde las coordenadas de la ciencia. Gilbert dice que "en la industria de la felicidad hay mucha gente que está equivocada". Así que este psicólogo estadounidense trabaja con su equipo en un laboratorio aplicando el método científico, se presenta con sus investigaciones y las publica en las revistas científicas. Según leí en El País, uno de sus experimentos recogidos en Science muestra que "las personas piensan en cosas que no están ocurriendo casi tanto como en cosas que están delante de sus narices. Los datos revelaron que esa "mente errante" les hacía, a menudo, "infelices". El periodista explica que Gilbert "no habla de cómo ser feliz, ni de por qué la gente no es feliz, sino de por qué la gente no sabe lo que les hará felices". Leyéndole pienso en esa especie de maraña que nos enreda en el día a día, y nos desorienta. Como comentaban los chicos del experimento.

En otra entrevista de La Vanguardia publicada hace algunos años que he recuperado, Dan Gilbert ya insistía en que "pensamos que somos muy distintos", pero esta es una ilusión del cerebro porque "las diferencias entre nosotros son muy pequeñas. Nos hacen felices las mismas cosas. (...) El dinero, sin duda, nos hace más felices, pero llega un momento en que más dinero no te hace más feliz". "Si me dijeran que permaneciera a la pata coja diciendo qué nos hace felices en la vida -explica este científico social- solo diría otras personas antes de caerme al suelo".

"Le regalaría mi tiempo", "a mí...". Ese tiempo en que estamos juntos y nos queremos, y que no tiene comparación. Feliz Año.

@rociocelisr