Dijo Alfonso Guerra que era necesario la lectura de 3.000 libros durante la vida de una persona para completar una formación adecuada que acerque a la reflexión sobre cuestiones de su entorno, de la vida y del mundo en general.

Sin ese bagaje de libros el individuo se encontrará sujeto a que le cuelen gato por liebre, y sí a apartarse de la propaganda que acecha, evitando que se tuviera una opinión personal sobre las cosas, no manipulada y actuara en determinadas cuestiones con convencimiento de lo que cree es lo correcto, al menos desde su intimidad

Y es imprescindible hacer una lectura razonada, reflexiva, si pudiera ser con lápiz para subrayar o acotar en los márgenes del libro aquellos párrafos que nos dan luz y que en su búsqueda, pasado el tiempo, pudiéramos dar con ellos.

En un estudio reciente sobre la cantidad de libros que poseen los universitarios canarios en sus menguadas bibliotecas estamos, después de Andalucía, a la cola en número de libros, que apenas llega a 200, incluidos aquellos que conciernen a la carrera que están estudiando, que habrá que suponer que serán al menos la mitad, durante toda su vida universitaria

Y este panorama, que es desolador, nos indica que nuestros universitarios obtendrán un título, pero estarán suspensos en formación universitaria.

Porque la formación universitaria no debe descansar exclusivamente en aquello que rodea a su titularidad, sino ir más allá, remarcando la concepción de universitarios, de universal, donde el día que se abandone la universidad se salga con un predicamento no solo apto para defender una determinada profesión, sino para tener argumentos sobre cuestiones de la vida misma, que para obtenerlos es fundamental la reflexión, la observación y, por supuesto, mas allá de todo eso, la lectura.

El universitario no debe desarrollar su actividad académica en un compartimento estanco, en dejar atrás asuntos que directa e indirectamente inciden en su vida social, como es la política o como es la cultura y la influencia que sobre determinados asuntos hacen los libros en un sentido o en otro.

El universitario debe implicarse en la sociedad no solo ampliando sus estudios y reforzando su actividad profesional, sino que tiene que ir más allá con una proyección humanística que le ayude a sentirse valedor de sus propias decisiones y no dejarse conducir por cantos de sirena o por "papagayismos" insulsos.

Nuestros universitarios leen poco, y tienen que hacerlo más; no para alcanzar los 3.000 libros que menciona Alfonso Guerra , pero sí, al menos, que las lecturas complementarias, ajenas a su titulación, le acompañen durante toda su vida para que se conforme una personalidad que se titule "universitario" para que cuando opine, que es su obligación, tenga la satisfacción de estar en el camino correcto.