La teoría. Es lógica la confusión. Difícil distinguir entre las funciones del legislativo y las del ejecutivo. Confusión en las palabras. Quienes gobiernan imaginan un futuro, tratan de responder a preguntas generales del estilo ¿qué hacemos?, ¿qué queremos ofrecer para mejorar el bienestar de los ciudadanos?, ¿con qué prioridad? El Parlamento -o cualquier pleno municipal- conformado por personas de la calle que aportan su punto de vista y procuran (en teoría) alcanzar consensos: gobernar es una tarea compleja, trabajo en equipo, precisa diálogo y, además, no se puede delegar. Tomadas las decisiones toca gestionar, actuar, responder preguntas más concretas: ¿cómo lo hacemos?, ¿quién lo hace?, ¿con qué medios? o ¿cuánto cuesta? Gestionar una administración pública es un trabajo profesional que exige alta cualificación. Mientras que para ser elegido y gobernar solo se requiere prudencia, sentido común y algo de imaginación, para gestionar se necesita experiencia, formación específica y habilidad para dirigir equipos. El gobierno está en el ámbito de la política, mientras que la gestión es una cuestión técnica.

La práctica. Hay confusión. La gestión engancha, es activa, ocupa, exige plena dedicación, va de hacer planes y ponerlos en marcha, establecer control, procurar transparencia. Por el contrario, el ejercicio del gobierno tiene otros plazos y es mucho más aburrido: reflexión, visión, paciencia, capacidad de abstracción y de análisis. Gobernar y gestionar, ambas facetas imprescindibles, juntas pero no revueltas. Por tanto, en Canarias, Gobierno de CC en minoría -lógica confusión en el uso del término, porque el ejecutivo no gobierna, gestiona- mientras no se articule otra mayoría, nada que objetar, un Gobierno atado por mandato parlamentario, el que sea. Que se apliquen sus señorías en estudiar cada partida de gasto e inversión y en pedir las explicaciones de cada euro empleado. Que el presidente nombra a algún consejero con experiencia en la empresa privada, pues muy bien, seguro que aporta algo nuevo a la gestión de lo público.

El resultado. Impredecible. En cualquier caso, con la configuración actual de la cámara regional -obligados a entenderse- la responsabilidad será compartida. Votamos a los diputados, no a un gobierno. A quienes son designados a dedo exijamos menos política. A los sesenta elegidos que ocupan el hemiciclo de Teobaldo Power reclamemos precisión, que se percaten de la gravedad de su misión y de quién ostenta el poder, el poder del pueblo, para usarlo por delegación expresa.

El poder. Equilibrio entre los cuatro poderes del Estado para una democracia sana y próspera. Ni se debe confundir el ejecutivo con el legislativo, como hemos comentado, ni estos deben influir sobre el poder judicial. Y luego la prensa. En la aldea global de la internet, las redes sociales consiguen sustituir a la prensa, un ente etéreo mueve los hilos en la era de la postverdad y goza de impunidad para difundir ficción como realidad con fines inconfesables. Socavado el poder de la prensa, peligro para la democracia, poder que también emana del pueblo, por cierto, pueblo que se vendió por dinero: consumimos información gratis a tutiplén, no debe sorprender que venga adulterada. Aprendizaje con consecuencias, veremos cómo se resuelve; habrá que buscar un prescriptor fiable que contraste la noticia, como sugieren los expertos; volver a poner en valor el trabajo periodístico en la extensión amplia del término.

La maldición. El concepto isla es una abstracción terrible. Una premisa falsa que da lugar al injusto planteamiento del equilibrio basado en el territorio sin tener en cuenta a las personas, a su bienestar, objetivo último de la política. El reto para el futuro cercano obliga a pensar Canarias como un todo y actuar en consecuencia con voluntad y ganas.

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