Leo algunas críticas al nombramiento del nuevo consejero de Sanidad del Gobierno de Canarias que se basan -agüita- en que "viene del sector privado". Es asombroso. Desde hace un tiempo a esta parte se ha instalado un discurso salvífico que intenta establecer que todo lo público es bueno, saludable, eficiente y moralmente digno, mientras que todo lo privado está regido por las leyes de la selva del beneficio, la depredación y el egoísmo. Todo eso estaría muy bien si no fuera porque el primero de los mundos está sostenido por los impuestos que paga el segundo.

La Sanidad pública mueve miles de millones de euros en recursos que son financiados por todos los ciudadanos. Administrar ese dinero con austeridad y con eficacia, dar los mejores servicios a los menores costos, es un principio elemental de la gestión del sistema sanitario. Quienes piensan que ese sistema es una burbuja que debe estar aparte del mundo privado desprecian a esos millones de trabajadores que entregan cada mes una buena parte de sus salarios para sufragar el coste de los servicios públicos.

Pero en parte de nuestra política se ha instalado tan profundamente el discurso del parasitismo, que se considera una anomalía lo que en otros países es habitual: que un ciudadano con éxito profesional en el sector privado sea nombrado para una responsabilidad pública. Decir que eso constituye una "deriva privatizadora" es una tontería tan enorme como afirmar que cuando un funcionario ficha por una empresa privada supone una "deriva nacionalizadora", pero la deficiencia intelectual de este país no conoce límites.

El nuevo consejero de Sanidad, José Luis Baltar, viene de una clínica privada que se cuenta entre las más prestigiosas del país. Y en su currículum existe la suficiente experiencia de gestión para que su nombramiento, desde ese punto de vista, sea indiscutible. Pero para algunos sectores, la Sanidad privada es un anatema. Si por ellos fuera, la propiedad privada estaría abolida, el Estado sería el propietario colectivo de todos los bienes y los proletarios famélica y feliz legión sin sueldo de una nueva sociedad comunista.

España, como los países europeos más desarrollados, tiene una Sanidad pública que coexiste con la privada. En el caso de nuestro país, los servicios sanitarios son muchos y muy buenos. Sólo el chauvinismo negativo congénito de los españoles nos impide percibir que tenemos una de las mejores asistencias sanitarias del planeta. Es algo que se aprende viajando.

Cuando se trata de servicios concertados, al enfermo le importa una higa si el médico que le atiende está en la plantilla de un hospital público o de una clínica privada que tiene un acuerdo con la administración. Que los trabajadores públicos quieran más y mejores plantillas es normal (sobre todo porque en esta crisis se han batido el cobre a base de bien), pero, ojo, porque las pagamos nosotros. Por eso es tan importante que los gestores sepan mantener el equilibrio entre el gasto y los servicios. Que Baltar venga del sector privado demuestra, de entrada, que sabe lo que vale un peine.