Isaiah Berlin, con los tipos del erizo (único saber omniabarcante) y la zorra (distintos saberes), nos permite llegar a la diferencia entre monistas y pluralistas.

Los monistas son los que defienden un solo valor como absoluto, por ejemplo, la libertad o la igualdad, mientras los pluralistas tratan de adecuar uno a otro, contando con que esos valores siempre bascularán y habrá que trenzarlos. Evidentemente pluralistas son los que tratan de que la igualdad y la justicia hayan de convivir con la libertad. Como pluralistas cita a Herzen, incluso a Maquiavelo; monistas, los totalitarios. Una de las grandes aportaciones a la historia de las ideas políticas de Berlín es esta.

Ahora los monistas, mismo vector, misma matriz son los populistas, que se dicenseguidores de un puñado de totalitarios. Los activistas desvividos por determinados sectores: animalistas, ecologistas, pacifistas (cirujanos de campaña), feministas furibundas... son ejemplos rotundos. Están convencidos de que su causa elemental, de prosperar, supondría alcanzar la máxima cota de la humanidad. Un monista por definición aborrece la complejidad y aporrea una sola tecla.

Los populistas, aunque no encuentren causas suficientes que asumir, por cuanto las integran todas, son generalistas, que no pluralistas. No hay oposición que no puedan incorporar. Las reivindicaciones se les amontonan, padecen el síndrome de Diógenes. Les falta mucho Lenin, riguroso monista, que hacía desaparecer todo lo que entorpeciera su objetivo revolucionario. Podemos y su trupe -que en su comitiva mezclan tigres bengalíes, zancudos, comefuegos..., siempre precedidos por severos payasos y lúcidas marionetas- tienen un elemento de cohesión: el odio al otro, como recuerda Iñaki Ezkerra en su última obra "El totalitarismo blando". Se refiere irónico a la Comuna de Madrid; de cómo esta adolece la frustración de no poder cambiar la realidad -que los revolucionarios de la Comuna de París de 1871 sí intentaron de verdad-; les sobreviene la conmovedora pulsión de refundar el mundo. De forma que asaltan el callejero de las ciudades, "transformando" placas, mármoles y bronces con la ignorancia que les da fama. Como tampoco pueden con la monarquía, se ceban con los Reyes Magos; como tampoco se atreven a quemar iglesias, aunque amenacen, las profanan; ni matar judíos, celebran el holocausto; tampoco abolir la democracia, intentan usurparla en la calle y asambleas; ni terminar con el culto cristiano, lo ridiculizan con fervor benedictino. Como cualquier posibilidad de transformación real, es inimaginable en su carrusel revolucionario alguien tan abstemio de cultura como es la Madre Carmena, que busca crear criaturas sin pecado concebidas. Un comunismo sinóptico le desvió del convento.