La vida nos enseña que los muertos mal enterrados vuelven para pedir justicia. O reparación moral. Lo hemos visto con el caso del Yak 42 tras el demoledor informe del Consejo de Estado. El caso quedó cerrado judicialmente -"sustanciao" como dice Mariano Rajoy-, pero abierto en términos de reparación moral a los familiares de los sesenta y dos militares que perdieron la vida al estrellarse en Turquía el avión en el que regresaban desde Afganistán. También murieron los doce tripulantes de nacionalidad ucraniana y un ciudadano bielorruso. En términos de metáfora, los familiares de los militares españoles nos representan a todos los españoles, porque sus deudos perdieron la vida en cumplimiento de las órdenes recibidas.

Revivido el caso, Federico Trillo, ministro de Defensa en aquel momento, ha centrado toda la polémica. A las críticas por haber hecho oídos sordos a las advertencias de los técnicos que llamaron la atención sobre la vetustez y deficiencias del Yak 42 se une la ominosa memoria del procedimiento seguido para enterrar los restos de los fallecidos sin la pertinente identificación de los cadáveres. Una chapuza doblada de delito. Un hecho ignominioso debido a la orden recibida para reducir los daños políticos colaterales.

Trillo no puede ser exonerado de las responsabilidades políticas y morales que se desprenden de aquel caso, pero tengo para mí que no debería ser el único que debería pedir perdón a las familias de los militares que perdieron la vida en el accidente. Quien a la sazón estaba al frente del Gobierno no era Trillo, era José María Aznar. Un ciudadano sobrado de "hybris". Un político hinchado de soberbia al que jamás hemos visto pedir perdón por nada. Ni por los errores cometidos en relación con este caso; ni por las manipulaciones informativas a raíz del terrible atentado del 11 de marzo de 2004; ni tampoco por las desinformaciones que emplearon desde el Gobierno que presidía para convencer a la opinión pública de que España debía participar junto a los EE.UU. y el Reino Unido en la guerra de Irak para acabar con la amenaza de las armas de destrucción masiva que poseía el dictador Sadam Hussein. Las armas que nunca aparecieron. Tony Blair admitió el error, Aznar no. En relación con el Yak 42, todavía está a tiempo.