Vivimos en un Estado de derecho. Pero sobre todo de muchas obligaciones. Un Estado donde el ciudadano es el último mono, el eslabón final de una cadena de la que todo el mundo tira: la banca para hacer negocio, hacienda para hacer caja y las empresas para generar beneficios.

La administración nos somete a una serie de obligaciones para dejarnos circular con nuestros coches por las calles que hemos pagado con nuestros impuestos. Nos hace un examen para determinar si sabemos conducir. Nos somete a pruebas médicas y nos da un permiso de circulación. Todo eso, por supuesto, pagando. Una vez que hemos superado todos estos obstáculos, compramos un coche abonando los correspondientes impuestos (el de lujo si procede, el IGIC, el de circulación o rodaje, la ITV, etc.) y suscribimos un seguro obligatorio.

Hablemos del seguro. Yo estoy asegurado con la Mutua Tinerfeña. Y a mediados de diciembre del año pasado recibí un golpe en el coche. Una conductora hizo un giro prohibido y me hizo un bollo importante. Tranquilo. Te bajas, haces el parte del siniestro, la otra parte firma aceptando lo que pasó y tú, con cara de imbécil, le dices sonriente: "No pasa nada, no hay que ponerse nerviosos ni de mal humor. Estas cosas ocurren y para eso pagamos los seguros". Hay que ser tonto.

Bueno. Llevas el coche al taller, llamas a tu compañía, comunicas el asunto y esperas a que te periten los daños. Esperas. Y esperas. Y esperas. Y entonces un día te lo peritan. Y dices: ¿ya puedo arreglarlo? Y en la Mutua te dicen "noooooooo". Bueno, si usted quiere lo paga de su bolsillo, pero para arreglarlo hay que esperar a que la otra aseguradora (Fiatc) acepte el siniestro. ¿Cómo que lo acepte? ¡Pero si firmamos un parte amistoso! Ah, sí. Pero la otra aseguradora tiene un mes de plazo -¡¡un mes!!- para tramitar el expediente. Y quince días más si el otro conductor se ha olvidado de comunicar el siniestro.

Uno se desespera. Se muerde las uñas. Y le dice a su aseguradora que para qué puñetas pagamos los seguros. Porque para muchas personas un vehículo es una herramienta de trabajo.

(¡Imaginen un taxi!) y tenerlo un mes y medio descacharrado es un grave perjuicio. ¿Puedes alquilar un coche y pasar lo gastos? Muy difícil. "Primero tiene usted que acreditar la necesidad", te dicen. ¿Y cómo se acredita eso? ¿Demostrando que caminar te produce callos? Además tienes que iniciar otro procedimiento de reclamación distinto al parte de accidente, que dura más tiempo y que puede acabar -con muchas probabilidades- en el juzgado.

¿Y qué puedes hacer? Nada. Estás en manos de las aseguradoras. Son ellas las que negocian mientras se te cae la pelambrera al ver cómo se retrasa la solución a tus problemas. El seguro es obligatorio y si vas sin él te multan. Pero cuando te toca usarlo descubres que, una vez más, eres un solo un ciudadano. O sea, nadie.