La Asociación Española de Directivos (AED) publicó en el año 2004 un conjunto de diez principios y valores que cualquier persona con responsabilidad directiva debería tomar en consideración para el buen gobierno de su empresa. En nuestro último artículo reflexionábamos sobre este "Decálogo del Directivo" y hacíamos referencia a un primer bloque de cuatro principios, dedicados a la gestión de equipos. Hoy queremos abordar los restantes fundamentos, relacionándolos como siempre con los propósitos que consideramos básicos para el ser humano. Nos estamos refiriendo, en primer lugar, al saludable propósito de intentar a toda costa "ser feliz y hacer feliz a los demás"; al propósito de luchar para conseguir "ser buena persona", y, finalmente, al entrenamiento permanente para "saber buscarse la vida".

Un segundo bloque de principios de este "Decálogo del Directivo" pone de relieve la necesaria coherencia que debe existir entre lo que se dice y lo que se hace. No se puede predicar una cosa y hacer otra distinta. Eso es engaño. El "Decálogo del Directivo" establece a este respecto que las personas con responsabilidad de dirección (número 5) deberán actuar en todo momento conforme a los principios de la ética en los negocios; (número 6) cuidando el equilibrio entre los diversos grupos de interés o "stakeholders" que interactúan en la empresa: propiedad, directivos, empleados, clientes, proveedores y sociedad en general; y (número 7) debiendo buscar el equilibrio empresarial entre el corto y el largo plazo, para asegurar de una forma sostenida la viabilidad de la empresa.

Nadie reconoce ante sus equipos que piensa actuar conforme a principios no éticos; ni que tomará decisiones en provecho propio sin pensar en clientes, proveedores o empleados; ni que su interés no es sacar el máximo provecho a corto plazo hipotecando el futuro de la empresa, pero lo cierto es que el día a día nos ha enseñado muchos ejemplos de situaciones que ponen al descubierto los efectos nocivos por la omisión de estos sagrados principios.

Esta última crisis mundial ha permitido vislumbrar bastantes episodios de abuso de poder, así como del peligro de un mercado sin límites; hay quienes la inercia del efecto "business" les condujo a operar de manera desmedida sobre clientes, trabajadores, proveedores e incluso sobre la misma sociedad. El resultado de estos comportamientos, a medio y largo plazo, siempre ha sido el mismo: pérdida de confianza, rechazo social y, a la postre, muerte de la empresa.

Un último bloque de nuestro decálogo se refiere a la salvaguarda de la función directiva. A este respecto se recuerda que las personas con responsabilidad de dirección (número 8) mantienen una vinculación con la empresa, basada en una relación de contraprestación de servicios o, en otras palabras, "no son los dueños de la empresa". Sin embargo, (número 9) estos deben establecer un vínculo de comunidad de intereses con la propiedad que permita generar compromiso, visión compartida y responsabilidad mutua. En cualquier caso, el "Decálogo del Directivo" exige que las personas con responsabilidad directiva (número 10) deberán conjugar con lealtad su desarrollo profesional propio y los intereses legítimos de la empresa.

No es tarea fácil: dirigimos la empresa, pero estamos a su servicio; no somos dueños, pero estamos comprometidos en su buen funcionamiento.

Tengamos presente que los éxitos empresariales sostenibles en el tiempo siempre vienen de la mano de profesionales muy preparados, de profesionales éticamente responsables y de profesionales comprometidos con sus equipos; en esencia, esos éxitos vienen de la mano de buenas personas, que saben buscarse la vida, saben ser felices y también intentan hacer felices a los demás.

*AED Canarias

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