Existe una nueva tribu urbana que se identifica como "los desconectados". Según voy leyendo, "cuesta encontrarlos, pero existen". Son personas "que se movían como pez en el agua por la web" y que, sin embargo, han decidido abandonar las redes sociales y limitar su uso de Internet. Estos desconectados "no son ermitaños que deciden aislarse del mundo", es gente de ciudad. La información habla incluso de nativos digitales cuya relación con el entorno tecnológico les viene de cuna. No quieren renunciar a su actividad profesional ni a relacionarse con los demás. Lo que quieren, por lo que leo, es hacerlo de otra manera, volver a lo esencial.

El reportaje publicado por El Mundo refleja el caso del cineasta David Macián, cuyo teléfono móvil -explica- "es una auténtica reliquia". No tiene conexión a la red y solo sirve para llamadas y SMS. De manera que este realizador audiovisual de 36 años se suma a esa tribu que renuncia a estar conectada permanentemente. "Me conecto lo justo", dice el director de cine. "Consulto lo que me interesa y basta". En su decisión no se ve intención de pasar al aislamiento. "Mis amigos saben que no tengo redes sociales, así que cuando quieren contactar conmigo me llaman. No es tan difícil". Ahora recuerdo que entre mis amigos hay uno que se maneja con un viejo Motorola -creo-, que pertenece a esta tribu urbana (aunque seguramente no lo sepa).

Hay más casos. Un profesor de la UOC llamado Enric Puig ha reunido varias experiencias de usuarios diarios de Internet y de las redes que decidieron poner límites, y a quienes se refiere como "exconectados". En una entrevista en La Vanguardia explicaba que él mismo decidió desconectarse mientras escribía su libro ("La gran adicción. ¿Cómo sobrevivir sin internet y no aislarse del mundo?". De Arpa Editores). "No sé si soy mucho más feliz, pero me siento mucho más tranquilo y concentrado, además de que aprovecho mucho mejor el tiempo".

Interesándome por estas "desconexiones voluntarias" he encontrado algo que me ha ayudado a comprender. Sherry Turkle es una socióloga y psicóloga estadounidense, docente en el Instituto de Tecnología de Massachusetts. En 1995 escribió un libro en el que "celebraba nuestra vida en Internet". Alguna noticia que he leído se refería a ella como una "ciberdiva" y lo que escribió por aquel entonces desarrollando esta idea la convirtió en "una de las gurús tecnológicas de la época". Hace unos años se presentó en una conferencia TED "personificando la gran paradoja": "La tecnología me sigue emocionando, pero estamos permitiendo que nos lleve por donde no queremos ir". Según Turkle, el problema aparece cuando la conexión permanente afecta a "la forma de relacionarnos con los demás o la forma de relacionarnos con nosotros mismos". De ahí la gran paradoja. La hiperconectividad o las cuentas abultadas de seguidores en redes no garantizan ser realmente escuchados y la conexión continua a ingentes cantidades de experiencias o conocimiento puede obstaculizar el aprendizaje que surge del encuentro con uno mismo.

Lejos de aquel primer entusiasmo digital, ahora dice: "Entonces no fui capaz de verlo (...). No entendí que el futuro consistiría en vivir constantemente en simbiosis con un ordenador encendido".

"Necesitamos relacionarnos cara a cara", afirma en una crónica de El País. Y así, esta socióloga defiende el poder de las conversaciones para entendernos. "Es esencial aprender a conversar, a negociar, a sentir empatía, a pedir perdón", "es la manera en la que aprendemos a construir relaciones humanas". Y proclama al mismo tiempo la necesidad de la soledad "para aprender a tener conversaciones con nosotros mismos, para reflexionar, para concentrarse, para retener conocimientos, para conocernos...".

A la vista está que algunos están reconduciendo su relación con Internet, como un regreso a todo eso tan esencial.

@rociocelisr