El valor de las propiedades inmobiliarias de las familias españolas (4,6 billones de euros) es cuatro veces superior a su patrimonio financiero neto (1,2 billones de euros), algo que ha cambiado drásticamente desde la crisis, cuando el valor de las propiedades inmobiliarias era 9,2 veces mayor.

Una explicación más sobre los motivos del desplome de las hipotecas es que no solo es debido a los problemas de la economía real o a la de los propios bancos, sino al desplome a la mitad del valor inmobiliario sobre el que se calculan los importes que se conceden.

Una vez que el mercado ha desechado la premisa de que la vivienda era la inversión más rentable porque nunca perdía valor, nos topamos con el dilema de dónde invertir nuestros ahorros, y es ahí donde entra en juego la confianza de la propia inversión, la del país donde la realizas o la seguridad jurídica, por encima de la propia rentabilidad.

La confianza empresarial se recupera tímidamente en función de las mejores expectativas sobre la marcha de los negocios, mejorando mucho en el sector turístico, hostelería o transporte y algo menos en el comercio, la construcción o la industria.

Ahora que en Canarias ese índice es más favorable que en el conjunto del Estado, es el momento de culminar la simplificación legislativa y administrativa, comenzar las pequeñas obras de infraestructura pública y ayudar a las empresas a consolidar el progreso y el empleo.

No sólo porque la confianza es el motor de las inversiones, sino por una amenaza que se cierne sobre los presupuestos públicos, en los que las pensiones y los intereses de la deuda ya se comen la mitad de los gastos del Estado, lo que limitará nuevamente la capacidad de gasto e inversión y hará ineludible un ajuste que, cada vez, arañará más en el Estado del Bienestar, debido a que hemos llegado al techo tolerable de la subida de impuestos.

El viento de cola no durará eternamente.

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